Por Héctor Farina Ojeda
Un reciente informe de la Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) reveló que en los últimos años se ha
incrementado el número de personas que padecen hambre en el mundo: ya son 821
millones de seres humanos que sufren la pobreza alimentaria. De acuerdo con la
FAO, el 84 por ciento de los países que han aumentado los niveles de
desnutrición pasaron por una etapa de desaceleración o recesión económica. Es
decir, cuando la economía se frena o decrece, el impacto en los pobres es
directo: aumentan el hambre y la desnutrición.
Además de que una economía que no crece deriva en
insuficiente generación de empleos, de ingresos y de riqueza en general, otro
dato importante es que el 80 por ciento de los países estudiados tienen una
fuerte dependencia de las materias primas. De 65 países, 52 son economías
dependientes del sector primario y de la venta de materias primas cuyo precio
en el mercado internacional es cambiante. Esto quiere decir que las economías
son muy vulnerables ante los fenómenos meteorológicos, el cambio de precios en
el mercado internacional, una mala cosecha, algún arancel u otro efecto de la
guerra comercial. Y cuando hay afectaciones económicas, la pobreza y el hambre
se resienten.
Si tomamos estos datos y los pensamos en el caso
de México, nos encontramos ante una situación preocupante: 3.6 por ciento de la
población tiene desnutrición, en tanto 8.9 por ciento se encuentra en una
situación de inseguridad alimentaria, es decir que no tiene condiciones de
atender sus necesidades básicas de alimentación, de acuerdo con el informe de
la FAO. Más de la mitad de la población mexicana se encuentra por debajo de la
línea de bienestar, lo que significa que más de 62 millones de personas tienen
ingresos insuficientes para atender los costos de la canasta básica y los
bienes y servicios fundamentales.
Tenemos un problema complejo: mientras la apuesta
del gobierno mexicano es atender a los pobres y mejorar sus condiciones de vida
mediante programas sociales, la economía se encuentra en fase de desaceleración
y la discusión actual es sobre si México caerá en recesión o no. Ante este
panorama, por más buenos programas e intenciones que se tengan, será muy
difícil revertir la pobreza alimentaria si no se revierte primero la desaceleración
de la economía. Sin el impulso de un crecimiento importante y estable no habrá
condiciones para sostener una mejoría en los ingresos y en la calidad de vida
de la gente.
La seguridad alimentaria de las personas es una
cuestión de soberanía, de planificación y sobre todo de economía. Los países
con menos problemas de pobreza, de precariedad y de hambre son aquellos que
tienen economías sólidas, no dependientes de materias primas, y que basan su
potencial en la innovación y el conocimiento. Hay menos hambre cuando mejor va
la economía, así como hay mejor economía cuando los niveles educativos son
altos. Si queremos revertir el hambre, no basta con programas temporales y
menos con depender de materias primas. Falta más educación y más economía.
Publicado en la edición impresa de El Sol de Puebla