lunes, 17 de noviembre de 2014

Una cuestión de empleos


Por Héctor Farina Ojeda (*)

Uno de los mayores desafíos de la economía mexicana es la generación de empleos. Desde hace muchos años los números de los puestos de trabajo creados son optimistas pero insuficientes, pues no se alcanza a satisfacer las necesidades de la población en edad de trabajar. Mientras se requieren por lo menos 1.2 millones de empleos por año, para atender a los desempleados y a los jóvenes que se incorporan al mercado laboral, con mucha suerte se alcanza a generar oportunidades para la mitad. Esto, sin contar que conseguir empleo no equivale necesariamente a buenos salarios ni a estabilidad ni mucho menos a salir de la pobreza. 

Es curioso que los titulares de los periódicos destaquen que México tiene una de las tasas de desempleo más bajas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), como si esto fuera algo positivo en sí mismo. La comparación es interesante pero demasiado relativa, pues se mide el desempleo mexicano frente a las economías más poderosas del mundo, que no tienen los mismos problemas y, sobre todo, que poseen niveles de ingreso y calidad de vida mucho más elevados. Los datos dicen que en México el desempleo en el mes de septiembre fue de 4.8 por ciento -por debajo del promedio de 7.2 por ciento de la OCDE-, lo que equivale a 2.5 millones de personas que no tienen trabajo. Parece una comparación favorable, pero al analizar los salarios, el ingreso per cápita, las oportunidades laborales y la calidad de vida de los países de la OCDE, seguramente el porcentaje ya no se verá tan positivo. 

Como punto de referencia, desde la crisis económica de 2009 los números de desempleados en México se han mantenido: 2.5 millones de personas sin trabajo y alrededor del 5 por ciento en la tasa de desempleo. Si a esto le sumamos que el crecimiento económico ha sido mediocre en los últimos 30 años -2.4 por ciento promedio-, y que el salario mínimo equivale a cerca de un cuarto de lo que era en 1980, tenemos que no solo no se han generado las oportunidades laborales que urgen, sino que las generadas tampoco son garantía de mejoría. Estamos ante una precarización del trabajo, ante un mercado tradicional que no genera los puestos necesarios y ante salarios que se han devaluado. 

En tiempos del conocimiento, tenemos que apostar por ir más allá de la oferta del mercado tradicional que ya no alcanza. Hay que apostar por la innovación y por la economía del conocimiento, lo que implica pensar más en el sector de servicios, en el que hoy se concentran dos terceras partes de la riqueza. El economista estadounidense Jeremy Rifkin, autor del visionario libro El fin del trabajo, dice que ante un mercado laboral tan inestable hay que desarrollar habilidades para poder innovar y ajustarse a los constantes cambios. 

Ya no basta con esperar soluciones del Estado ni del mercado: hay que apostar por la innovación, por las ideas renovadoras y por el emprendimiento. Los empleos que están generando no alcanzan y la informalidad no es la mejor salida. Es hora de innovar y emprender. 


(*) Periodista y profesor universitario

lunes, 3 de noviembre de 2014

Detrás de lo económico


Por Héctor Farina Ojeda 

No fue una casualidad que hace unos días el ex primer ministro del Reino Unido Tony Blair lo haya dicho claramente: el mayor desafío para México es la educación. En un tono similar, Ben Bernanke, expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED), dijo hace unos meses que la educación es importante no sólo para que disminuya la pobreza, sino porque cuando se carece de ella se desperdician los recursos que tiene el país. 

A principios del sexenio pasado, cuando la gran pregunta era por qué México crecía a tasas mediocres pese a hacer bien los deberes, el resultado de las investigaciones apuntó a una causa fundamental: mala calidad educativa. Sin recursos humanos calificados y competentes, las recetas económicas no funcionaban porque no había la capacidad de maniobra para ajustarse a los cambios constantes de la economía ni para aprovechar las oportunidades que surgen y se van de manera vertiginosa. Actualmente, la situación no ha cambiado mucho. 

La caída de México en el Índice Global de Competitividad 2014-2015 fue un toque de alerta que no hizo tanto ruido como debería: del puesto 55 retrocedió al sitio 61, de un total de 145 países estudiados. El informe de Foro Económico Mundial dice que la causa de la caída es el deterioro de la percepción del funcionamiento de las instituciones, así como la baja calidad del sistema educativo "que no parece cumplir con el conjunto de habilidades que la economía mexicana cambiante exige”. Igualmente, el bajo nivel de implantación de tecnologías de la información afecta negativamente a la competitividad. 

Las llamadas de atención sobre el problema que se encuentra detrás del escaso crecimiento económico han sido recurrentes en los últimos años. Reciente lo advirtió la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que en su informe Panorama de la Educación 2014 dice que México invierte mucho en educación (6.2% del PIB en 2011, frente al 6.1% del promedio) pero ello no se refleja en una mejoría de la calidad educativa. El uso inadecuado de recursos termina devorando los esfuerzos por mejorar la educación, lo que a su vez se nota en aspectos económicos sensibles como la pobreza, la desigualdad, la falta de innovación y el mentado crecimiento económico que tanto se requiere. 

Sin embargo, lo curioso es que haya una cantidad interminable de diagnósticos, estudios, advertencias, recomendaciones y recetas, pero los números de la pobreza prácticamente no se hayan movido: siguen afectando a cerca de la mitad de la población mexicana. Y en el mismo sentido, el crecimiento económico sigue siendo insuficiente y altamente inequitativo, pues se concentra en pocas manos y no llega a los más necesitados.


Hay que sentar una postura clara: sin mejorar la educación, sin mejorar la producción en ciencia y tecnología, y sin tener recursos humanos competentes que puedan hacerle frente a las cambiantes necesidades de un mundo globalizado, los resultados económicos seguirán siendo mediocres. Difícilmente pueda pensarse en disminuir la pobreza o minimizar la desigualdad si no atacamos el problema educativo que limita la economía. Debemos exigir soluciones de fondo a largo plazo y no dejarnos impresionar por parches o indicadores macroeconómicos coyunturales. Los anuncios de empleo o inversiones pueden generar sensación de bonanza, pero esto es efímero y no resuelve cuestiones de fondo. No son los indicadores macroeconómicos ni los números ocasionales, es la calidad educativa la que urge. 

Publicado en el diario Milenio Jalisco, en el espacio "Economía Empática". Ver original aquí: