jueves, 16 de junio de 2016

Depender de lo externo


A los informes que dan cuenta del incremento de las remesas como un logro, deberíamos oponer una crítica sobre la falta de planificación del uso de recursos. Desde hace muchos años, las remesas se han constituido en una de las principales fuentes de ingreso de México, junto con los ingresos petroleros, el turismo y las exportaciones. Pero pareciera que el único plan que se tiene con el flujo de las remesas es gastar. Y eso que hay que aclarar que las remesas no son malas y que millones de familias dependen de ellas para cubrir sus necesidades básicas. El problema es que no se pasa de depender de ellas, sin más ideas que seguir dependiendo. 

Hace unos días, el Banco de México informó que en los primeros cuatro meses del año se tuvo un repunte de 8.5 por ciento en las remesas, con respecto al mismo periodo del año anterior, lo que significa ingresos por 8 mil 389 millones de dólares. Este incremento en el ingreso de recursos frescos beneficia a millones de hogares receptores. Sólo en 2015, las remesas totalizaron 24 mil 792 millones de dólares. Y estos recursos tienen la gran ventaja de la equidad distributiva: el conjunto de la riqueza no queda en pocas manos sino que alcanza a millones de personas. 

Con las remesas, al igual que con los ingresos del petróleo y el turismo, tenemos un problema grande: cómo hacer que los recursos ayuden al desarrollo y a la generación de riqueza para la gente en lugar de usarse sólo para la sobrevivencia. Si pensamos que en las últimas tres décadas prácticamente no ha habido cambios en el porcentaje de la población en situación de pobreza, en tanto se han recibido grandes cantidades de dinero del exterior, tenemos que no hay una mejoría notable para salir de la precariedad, aunque cuando las condiciones son adversas y las remesas caen, millones de personas sufren la crisis. 

Es cierto que los envíos desde el extranjero son vitales para las familias que apenas sobreviven y que se hundirían en la miseria sin estos recursos, pero deberíamos buscar la manera de que los ingresos sirvan para algo más: invertir en el futuro, emprender o apuntalar iniciativas que rompan la dependencia. Y no se trata sólo de las remesas, sino de muchas fuentes de ingreso que hasta ahora han sido desaprovechadas o malversadas por la corrupción y la ineptitud. 

Un ejemplo de un pueblo migrante que vivía de los recursos y los empleos de fuera es Noruega, el país nórdico que encontró petróleo en 1969 y que supo cómo utilizar los ingresos millonarios para cambiar su destino. Los noruegos destinaron toda la ganancia del petróleo para financiar la educación de su gente. Hoy ya no deben salir del país en busca de oportunidades sino que se han convertido en una tierra de oportunidades, con una pobreza casi inexistente y con una calidad de vida envidiada en todo el mundo. 

No sólo desde los gobiernos, sino desde nuestras propias iniciativas debemos buscar la manera de traducir el ingreso externo en oportunidades internas que nos ayuden a no depender siempre de fuera. 

Publicado en El Sol de Puebla y en Reeditor.com 

miércoles, 8 de junio de 2016

La clase media en jaque

Por Héctor  Farina Ojeda (*)

Los problemas económicos derivados de la mala gestión, la corrupción, la disminución de los precios de las materias primas y de los vientos favorables ponen en aprietos a un sector fundamental para todos: la clase media. Debido a la contracción de 0.5 por ciento que sufrirá América Latina este año, el temor es que muchos de los ciudadanos que salieron de la pobreza para posicionarse en la clase media, terminen regresando a la condición de precariedad de la que tanto cuesta salir. La advertencia es más crítica en países que soportan crisis complejas, como Venezuela, Brasil y Argentina, aunque afecta a todas las economías, como aquellas no sólo no pudieron revertir la pobreza sino que la incrementaron en los últimos años, como México. 

Si bien las políticas sociales lograron que en Brasil cerca de 40 millones de personas pasen de la pobreza a la clase media en la última década, la situación actual no sólo amenaza con un retroceso acelerado de este segmento sino que afectará a la economía en su conjunto, con un empobrecimiento de los consumidores y una disminución del dinamismo interno. Y esta es sólo una muestra, a la que podemos sumar la crisis de Venezuela, un país golpeado por la inestabilidad, la escasez de alimentos y una inflación estimada de más de 700 por ciento para este año. Si en tiempos de bonanza no se logró una prosperidad para todos los ciudadanos, el escenario en tiempos de crisis se vuelve más que complicado. 

El empobrecimiento de la clase media es más que una advertencia para los malos gobiernos: es una señal de alarma para el funcionamiento de toda la economía y, de no atenderse con la celeridad y efectividad que se requiere, puede causar un gran daño por mucho tiempo. Basta sólo con pensar en los niveles de deserción escolar y en el rezago educativo que se deben a la pobreza, para entender que si no corregimos la situación de precariedad de millones de personas, esa misma precariedad los excluirá del sistema educativo, con lo cual es casi seguro que se incrementará la pobreza y con ella los males conocidos del atraso, la inseguridad y la carencia de oportunidades. 

En el caso mexicano la situación no es la mejor. Si bien se espera un crecimiento económico de entre 2.2 y 3.2 por ciento este año, el poder adquisitivo de la clase media sigue disminuyendo. Las condiciones actuales no son suficientes para esperar una mejoría de la clase media y mucho menos para creer que los pobres mejorarán su condición. 

Es tiempo de dejar de mirar los grandes indicadores que favorecen a unos pocos para prestar especial atención a la clase media y a los que viven en la pobreza. En tiempos de crisis deberíamos asegurar lo que más genera riqueza: la capacidad de la gente. Por ello, una agresiva inversión social, fundamentalmente en educación y salud, podría darnos la fortaleza necesaria para recuperar el poder adquisitivo de la clase media y hacer que millones de personas que hoy viven en la pobreza tengan la oportunidad de salir de ella. Si la clase media está en jaque, nuestro siguiente movimiento debe ser el más estratégico de todos.

(*) Periodista y profesor universitario.

Doctor en Ciencias Sociales 

Publicado en El Sol de Puebla, en la sección de Finanzas.

lunes, 6 de junio de 2016

La tiranía del mercado

Por Héctor Farina Ojeda

El filósofo norteamericano Michael Sandel dice que el dinero está comprando cosas que no deberían estar a la venta y que hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado, en donde el dinero ha invadido espacios de decisión que no le corresponden. Por ejemplo, en la compra de conciencias, en la decisión de qué oficio o carrera elige cada quien o incluso en cuestiones personales, ahora siempre condicionadas por el dinero, el empleo o algún otro incentivo económico. 

En este contexto, la necesidad de pensar en el dinero como resultado lógico de algún esfuerzo ha llevado a que el mercado sea fundamental para tomar decisiones sobre proyectos de vida. Así, la elección de un oficio o una carrera ha encumbrado al mercado como el dios de la decisión, por encima de la vocación, esa palabra romántica y cada vez más vacía. Como si ya no fuera importante pensar en quiénes quieren ser y qué quieren hacer, sino más bien dónde pueden funcionar y en qué parte del mercado pueden obtener la riqueza material. 

Ciertamente, tenemos un problema de desempate entre la formación profesional y el mercado laboral. Es decir: lo que las universidades enseñan no necesariamente se ajusta a los empleos más demandados y con mejores salarios. En un entorno en el que se requieren más ingenieros y especialistas en tecnología, es lógico que se busque la manera de formar profesionales para atender esa demanda. Pero esto no debe llegar al extremo de que el mercado, con sus necesidades materiales, deba decidir por encima de las necesidades sociales, las particulares y personales. 

Que el mercado requiera ingenieros especializados no implica que debamos minimizar o incluso marginar la formación de abogados, sociólogos o historiadores, aunque sabemos que se enfrentan a escenarios laborales saturados o mal pagados. Antes que eso, habría mejor que buscar la manera de equilibrar la oferta y la demanda, valorando la necesidad de los empleos de calidad pero no al punto de supeditar proyectos de vida a una cuestión coyuntural y salarial. Si atendiéramos la dictadura del mercado y nos dedicáramos a formar sólo ingenieros y técnicos especializados para la demanda actual, en poco tiempo saturaríamos el mercado, bajarían los salarios y acabaríamos con la ilusión de la riqueza, pues ante el exceso de oferta de profesionales, seguramente las condiciones serían precarias.

Una opción interesante para pensar qué hacer con nuestros profesionales es la que plantea el economista Jeremy Rifkin, quien dice que ante un mercado laboral inestable y cambiante debemos desarrollar más habilidades y competencias. Es decir, requerimos formar a los profesionales para la innovación, la creatividad y el emprendimiento constante, lejos de los compartimientos estancos y la formación arcaica que produce piezas específicas que sólo embonan en un engranaje, en un momento particular. Nosotros debemos pensar qué hacer con el mercado y no de al revés. Hay que reinventar el mercado conforme a lo que necesitamos como sociedad.