martes, 10 de septiembre de 2019

El guiño de Slim

Por Héctor Farina Ojeda 

El respaldo del empresario Carlos Slim a los proyectos del presidente Andrés Manuel López Obrador puede entenderse como un guiño o señal hacia la iniciativa privada: si yo invierto, ustedes también deberían hacerlo. En un momento en el que la palabra más invocada en economía es “confianza”, que el hombre más rico de México y uno de los más ricos del mundo aparezca ante las cámaras a decir que confía en los proyectos del gobierno es más que significativo. Y no solamente se quedó ahí sino que pronosticó una mayor actividad económica en 2020 y hasta le dio la razón al presidente en cuanto a que el crecimiento no es lo más importante. 

Con sus contradicciones, Slim restó importancia al crecimiento -ahora que los datos reflejan una economía estancanda- pero se mostró confiado en que hay grandes posibilidades de lograr dicho crecimiento, para lo cual falta invertir en forma masiva para generar actividad económica y empleo. "Eso es lo que como señala el presidente, se está trabajando, en el momento en que se eche a andar ese programa de inversión muy importante, las cosas serán muy diferentes”, dijo el empresario. 

En un contexto complicado, en el cual no sólo cerró el primer semestre del año con crecimiento cero sino que los pronósticos para el siguiente año tampoco son favorables, la recuperación de la confianza es vital para lograr el giro de timón que impulse a la economía. La cancelación de las obras del aeropuerto en Texcoco, los problemas para que dichas obras se realicen en Santa Lucía, las trabas para el arranque de las obras en la refinería de Dos Bocas, así como la lentitud en la proyección del Tren Maya han profundizado la falta de confianza de los empresarios, quienes están deteniendo las inversiones debido a sus temores. 

Frente a la guerra comercial entre Estados Unidos y China, y ante la prolongación de la ratificación del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC), la intención del gobierno de López Obrador es lograr que los inversionistas rompan sus temores y comiencen a soltar el capital. El apoyo de Slim es clave para eso. No sólo porque sus inversiones, siendo el más rico de México, son una señal clara de que hacer negocios en el país es rentable y seguro, sino porque pueden convertirse en la referencia que otros empresarios terminen por imitar. 

El reto grande es claro: recuperar la confianza y hacer que detonen las inversiones. Habrá que ver cuánto invierte el mismo Slim, en qué campos y qué mensajes envía con dichas inversiones. Esto debe sumarse a los 485 mil millones de pesos que invertirá el Gobierno en los próximos meses. Si se logra hacer que los empresarios acompañen la iniciativa, podemos pensar en el fortalecimiento del mercado interno y la recuperación de la economía a pesar de las adversidades internacionales. Si no se convence, seguramente seguirá la incertidumbre y con ello la tendencia al estancamiento. 

No es sólo cuestión de dinero sino de apostar por el desarrollo de un país. Así como pedimos empleos de calidad, también deberíamos esperar inversiones de calidad. El resto vendrá por añadidura. 

Publicado en El Sol de Puebla

martes, 6 de agosto de 2019

El ejemplo aeroespacial



Por Héctor Farina Ojeda

Mientras la economía mexicana se está frenando y todos los pronósticos apuntan a una actividad cada vez más disminuida, la industria aeroespacial tiene un crecimiento constante y acaba de firmar un acuerdo con la Unión Europea para atraer más inversiones. En 2018 las exportaciones de la industria aeroespacial se incrementaron 12.4 por ciento, lo que equivale a 8,600 millones de dólares en ingresos. En pleno auge, la Agencia de la Unión Europea de Seguridad Aérea (EASA) y la Dirección Nacional de la Aeronáutica Civil (EASA) firmaron un acuerdo de trabajo que tiene como uno de sus objetivos que se invierta más en este sector en México. 

No es la primera vez que lo aeroespacial se destaca por su rápido avance en medio de una economía que no crece lo suficiente. Las ventajas de producción, el menor costo y las facilidades para la exportación han favorecido la inversión extranjera y el resultado se nota en el aumento de la producción y la demanda internacional. El año pasado se capacitó a cerca de 10 mil trabajadores, lo que es un claro indicador de que se necesita mano de obra especializada y en actualización permanente para seguir el ritmo de la industria. 

Una de las preguntas que surgen ante este contraste es cómo logra un sector tener un auge y estar en franco crecimiento en un contexto en el que la economía se mueve poco y muchos sectores tradicionales enfrentan la falta de inversión, los recortes y la pérdida de empleos. Una primera respuesta la vemos en la naturaleza del sector: es innovador, en un mercado relativamente joven que se encuentra en fase de expansión, y tiene un capital importante en la tecnología. Utilizar el conocimiento y los avances tecnológicos para producir mejor, bajar costos y sorprender al mercado con nuevos productos es parte de la economía del conocimiento, a la que no todos los sectores han llegado. 

Otro aspecto que marca el contraste es el de la confianza: se invierte, se exporta, se contrata, se crece y se firman acuerdos para apuntalar el desarrollo aeroespacial. El dinamismo propio hace que se pierda el miedo a invertir pese al contexto económico no favorable. El mensaje de fondo es que cuando se apuesta por la innovación y el conocimiento aplicados a un sector es posible convencer a los inversionistas de que están ante una buena oportunidad. Y esto no lo están logrando otros sectores tradicionales de la industria. El mismo sector de la construcción, en donde siempre hay dinamismo, ahora enfrenta una notable disminución de su actividad. 

Pero más allá de un crecimiento que destaca en un entorno complicado y de que su alcance todavía es limitado en cuanto a empleos y distribución de riqueza, el sector aeroespacial nos adelanta grandes desafíos: desarrollar tecnología e impulsar el conocimiento aplicado, capacitar a los trabajadores, así como planificar una educación que impulse a las nuevas generaciones hacia formaciones especializadas, creativas e innovadoras. Si no nos adelantamos en educación, ciencia y tecnología, estos auges serán limitados y temporales. 


Publicado en la edición impresa de El Sol de Puebla

jueves, 25 de julio de 2019

El hambre y los frenos en la economía


 Por Héctor Farina Ojeda 

Un reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) reveló que en los últimos años se ha incrementado el número de personas que padecen hambre en el mundo: ya son 821 millones de seres humanos que sufren la pobreza alimentaria. De acuerdo con la FAO, el 84 por ciento de los países que han aumentado los niveles de desnutrición pasaron por una etapa de desaceleración o recesión económica. Es decir, cuando la economía se frena o decrece, el impacto en los pobres es directo: aumentan el hambre y la desnutrición. 

Además de que una economía que no crece deriva en insuficiente generación de empleos, de ingresos y de riqueza en general, otro dato importante es que el 80 por ciento de los países estudiados tienen una fuerte dependencia de las materias primas. De 65 países, 52 son economías dependientes del sector primario y de la venta de materias primas cuyo precio en el mercado internacional es cambiante. Esto quiere decir que las economías son muy vulnerables ante los fenómenos meteorológicos, el cambio de precios en el mercado internacional, una mala cosecha, algún arancel u otro efecto de la guerra comercial. Y cuando hay afectaciones económicas, la pobreza y el hambre se resienten. 

Si tomamos estos datos y los pensamos en el caso de México, nos encontramos ante una situación preocupante: 3.6 por ciento de la población tiene desnutrición, en tanto 8.9 por ciento se encuentra en una situación de inseguridad alimentaria, es decir que no tiene condiciones de atender sus necesidades básicas de alimentación, de acuerdo con el informe de la FAO. Más de la mitad de la población mexicana se encuentra por debajo de la línea de bienestar, lo que significa que más de 62 millones de personas tienen ingresos insuficientes para atender los costos de la canasta básica y los bienes y servicios fundamentales. 

Tenemos un problema complejo: mientras la apuesta del gobierno mexicano es atender a los pobres y mejorar sus condiciones de vida mediante programas sociales, la economía se encuentra en fase de desaceleración y la discusión actual es sobre si México caerá en recesión o no. Ante este panorama, por más buenos programas e intenciones que se tengan, será muy difícil revertir la pobreza alimentaria si no se revierte primero la desaceleración de la economía. Sin el impulso de un crecimiento importante y estable no habrá condiciones para sostener una mejoría en los ingresos y en la calidad de vida de la gente. 

La seguridad alimentaria de las personas es una cuestión de soberanía, de planificación y sobre todo de economía. Los países con menos problemas de pobreza, de precariedad y de hambre son aquellos que tienen economías sólidas, no dependientes de materias primas, y que basan su potencial en la innovación y el conocimiento. Hay menos hambre cuando mejor va la economía, así como hay mejor economía cuando los niveles educativos son altos. Si queremos revertir el hambre, no basta con programas temporales y menos con depender de materias primas. Falta más educación y más economía. 

Publicado en la edición impresa de El Sol de Puebla

domingo, 13 de enero de 2019

Entre remesas y turismo


Por Héctor Farina Ojeda

Dentro del crecimiento insuficiente de la economía mexicana en 2018 destaca un interesante movimiento interno de distribución de riquezas debido fundamentalmente a dos factores: el récord en las remesas y el repunte en el turismo. De acuerdo a los datos del Banco de México, de enero a noviembre de 2018 las remesas totalizaron 30 mil 557 millones de dólares, con lo que ya superaron la cifra total de 2017, que fue de 30 mil 291 millones de dólares. Y todavía falta la suma de diciembre, el mes del aguinaldo. En tanto en el sector del turismo, el crecimiento estimado fue del 5 por ciento, con ingresos por encima de los 22 mil millones de dólares, según cifras de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco-Servytur).

Los resultados de estos sectores son muy interesantes para el dinamismo interno de la economía debido a su capacidad distributiva: tanto las remesas como el turismo representan ingresos para millones de personas, de distintos segmentos y diferentes regiones. A diferencia de los ingresos de las exportaciones de vehículos, de los ingresos petroleros o de las industrias maquiladoras, el turismo y las remesas no están concentrados en pocas manos, por lo que al llegar a más gente generan un mayor efecto interno en el poder adquisitivo y en el consumo. En una economía tan desigual como la mexicana, que posee un fuerte concentración de riqueza, la lluvia de pequeños ingresos es de mucha bonanza.

Por el lado de las remesas, resulta irónico que en tiempos de proteccionismo en Estados Unidos y con un fuerte discurso antimigrante y a favor de la construcción de un muro, los mexicanos que trabajan del otro lado hayan enviado más dinero que nunca. Ante el temor de perder sus empleos, de las deportaciones o de que el endurecimiento de medidas les dificulte cada vez más ganar un buen dinero, las remesas se aceleraron y llegaron a más de 1.7 millones de familias.

En cuanto al turismo, se espera que para 2019 la bonanza continúe y ello represente un crecimiento de 5.5 por ciento en el sector, así como el arribo de más de 44 millones de turistas extranjeros, con un monto aproximado de ingresos de 23.2 mil millones de dólares. En porcentajes, el turismo duplica al promedio de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), en tanto genera empleos directos e indirectos para 10 millones de personas. Lo más importante del turismo es que sus ingresos alcanzan a sectores tan diversos como los hoteleros, las compañías aéreas, los restaurantes, el comercio formal y el informal, los microempresarios, pequeños vendedores, etc.

Sin embargo, todavía estamos lejos de un aprovechamiento integral de las bondades de estos sectores: las remesas no son una panacea y en muchos casos apenas sirven para la sobrevivencia. Son una oportunidad momentánea que hay que invertir correctamente. Y en el caso del turismo, tanto la inseguridad como la corrupción son un fuerte desincentivo y pueden afectar a los ingresos y los empleos. Necesitamos cuidar los ingresos distributivos y aprender a invertir mejor.

Publicado en El Sol de Puebla

lunes, 21 de noviembre de 2016

La posverdad y su turbulencia

Por Héctor Farina Ojeda 

El Diccionario Oxford eligió recientemente a la “posverdad” como la palabra del año, como una forma de reconocer al neologismo que intenta explicar lo ocurrido en situaciones como el Brexit o el triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses. Dice el diccionario que la posverdad se refiere a “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Es decir, el posicionamiento de un discurso que apele a lo emotivo, a exacerbar los ánimos y acicatear creencias genera más consistencia que lo concreto, que la verdad misma. 

Ya muchos califican a Trump como el político de la posverdad: con un discurso anclado en la exacerbación, el populismo y los ataques desmedidos, sus palabras generan reacciones aunque se traten de agresiones sin sentido, de promesas imposibles y de mentiras gratuitas posteriormente desmentidas. Aunque lejos de los hechos objetivos, sus alocuciones al muro, a la cancelación de acuerdos comerciales, a represalias y deportaciones masivas de migrantes, así como a la influencia para evitar que una fábrica automotriz se instale en México, no sólo han generado reacciones en el mercado financiero y el ánimo de la gente, sino que son una amenaza permanente para la confianza en la economía mexicana. 

La depreciación del peso frente al dólar y el nerviosismo en el mercado financiero son sólo algunos síntomas del golpe a la confianza. La posverdad impulsada por lo que pudiera hacer el gobierno de Trump en cuanto a relaciones comerciales, empleo para migrantes y radicación de empresas -entre otros temas- genera mucha incertidumbre en los sectores económicos y podría retrasar proyectos, inversiones y hasta el consumo. Y esto se da justo cuando se están recortando las expectativas de crecimiento para el siguiente año y cuando se requiere de un incremento en la inversión productiva para generar más empleos. Toda una turbulencia en medio de la incertidumbre y la posverdad.

La verdadera capacidad de la economía mexicana para hacerle frente a las eventualidades de la era Trump está en entredicho: ¿qué tanta fortaleza tiene para crecer pese a las adversidades externas? Más que nunca, se requiere potenciar los motores económicos internos para ganar la confianza y mantener la proyección en medio del discurso de la posverdad que ya está generando especulación, miedo e incertidumbre, y que puede ahuyentar inversiones, frenar emprendimientos y limitar el consumo. Ante una inminente guerra a la confianza, no basta con salir a desmentir todos los días, sino que la propia fortaleza será la mejor defensa.

Hay que actuar rápido para mejorar la competitividad, romper la dependencia de un sólo mercado y potenciar la capacidad de la gente para emprender y producir. Es tiempo de invertir en forma estratégica en la infraestructura y el conocimiento, en obras que generen empleos y en la innovación. Con sólo especular que nada pasará no le ganaremos a la posverdad. Hay que construir confianza. 

domingo, 20 de noviembre de 2016

Reinsertarse en el mercado laboral

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Como en las peores pesadillas del bolsillo, la victoria de Donald Trump desató una serie de miedos, especulaciones y angustia sobre lo que puede ocurrir en el ámbito económico. Al temor de que reniegue de acuerdos y cumpla con muchas de sus amenazas, sobre todo las que afectan a los migrantes, sus empleos, ingresos y remesas, se sumaron las dudas sobre la real capacidad de reacción que se tiene para enfrentar las contingencias. Y en este sentido, una de las interrogantes es qué se podría hacer para recibir a los paisanos si llegaran a ser repatriados.  

La cuestión apunta a saber si la economía tiene las condiciones para enfrentar un regreso masivo de los que tuvieron que irse a trabajar del otro lado. Precisamente, hace algunos días los representantes del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y la Secretaría de Gobernación anunciaron que apoyarán a los repatriados por el gobierno estadounidense, para que puedan reinsertarse en el mercado laboral. El objetivo es que los repatriados se vinculen al sector empresarial y puedan obtener empleo en sus lugares de origen. 

La propuesta, desde luego, resulta interesante pero suena a contingencia. Si consideramos que uno de los principales problemas de la economía mexicana es la generación de empleos -ya que han sido insuficientes para atender la demanda en los últimos años-, así como que los salarios son los más bajos de Latinoamérica, entonces tenemos un escenario poco propicio para una repatriación laboral exitosa. Y más aún: el pronóstico de crecimiento ya era bastante moderado antes de la victoria de Trump, por lo que ahora se teme un recorte en las expectativas, lo cual implica directamente menos empleos, justo en el momento en el que se incrementaría la demanda si se dan las repatriaciones. 

Desde hace años el mercado laboral formal no ha generado los suficientes empleos para atender la demanda de los 1.2 millones de jóvenes al año que buscan una oportunidad. Y como prueba de ello, la informalidad representa el 60 por ciento de la economía y se ha convertido en el refugio de millones de personas que aceptan trabajar sin seguro, sin prestaciones y sin certezas de futuro. Estamos en un escenario complicado, con oportunidades insuficientes y mal pagadas, en un contexto de pobreza y mucha necesidad. 

No tengo dudas de que se puede apoyar la reinserción laboral. Pero detrás de la contingencia hay problemas de fondo que requieren soluciones urgentes: generar más empleos y mejorar la calidad de las contrataciones y los ingresos. Y para lograr esto, necesitamos hacer crecer la economía y darle a los ciudadanos la oportunidad de emprender, innovar y acceder a puestos bien remunerados. No se trata de considerar a las personas como mano de obra por explotar, sino como una gran oportunidad de reinventar la economía desde dentro, con sus ideas, propuestas e innovaciones. 

Antes que planes de contingencia, tenemos que reinventar el mercado laboral. Y eso sólo será posible si primero invertimos en la capacidad de la gente. 

(*) Periodista y profesor universitario

Doctor en Ciencias Sociales

Publicado en la edición impresa de El Sol de Puebla., México. 

martes, 8 de noviembre de 2016

Frente a las eventualidades


Por Héctor Farina Ojeda (*)

La economía mexicana se encuentra preparada para hacerle frente a cualquier eventualidad internacional. Esto lo dijo el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, basado en la solidez macroeconómica, en las finanzas sanas, en la confianza y en las reformas estructurales, así como en el crecimiento pese a las adversidades. El posicionamiento se da en un momento de incertidumbre por los resultados en las elecciones de Estados Unidos y sus posibles efectos. 

No cabe duda de que México tiene la capacidad de aguantar. Lo ha hecho siempre. Así como resistió la caída de la economía en 1994 y la crisis de 2009, no sería raro que pueda enfrentar cualquier nuevo golpe. El problema no radica en el poder de resistir frente a los factores externos, sino que a nivel interno ya se ha aguantado demasiado sin que lleguen mejorías para un enorme sector de la población. Luego de cada crisis, siempre hay una recuperación, aunque en el caso mexicano ello equivale a decir que se vuelve a la misma situación de precariedad que se tenía antes. Por eso se suceden las eventualidades y los efectos adversos, pero se mantienen los niveles de pobreza, los bajos salarios y la desigualdad. 

Claro que habrá efectos económicos luego de las elecciones, independientemente del ganador. Y es claro que en un mundo globalizado, con economías interrelacionadas y dependientes, seguirán las amenazas, los golpes directos y los efectos colaterales. La cuestión es que ya no basta con políticas macroeconómicas que logren estabilidad frente a eventualidades externas, pues son las internas las que más daño hacen: 60 millones de personas en situación de pobreza, 11 millones en pobreza extrema, 32 millones de mexicanos con rezago educativo, 7 millones de ninis -jóvenes que ni estudian ni trabajan- y una marcada insuficiencia para atender la necesidad de los niños y jóvenes. 

Preparados ante lo eventual pero desprotegidos frente a lo estructural, la educación sigue con una deuda de calidad, la salud sufre porque no llega a todos, la inversión social no alcanza y la ciencia y la tecnología siguen relegadas a planos secundarios o terciarios. Lo macroeconómico y sus bonanzas no han descendido a la pequeña economía, a los millones de pobres que necesitan un buen empleo, un crédito o tan siquiera una oportunidad para mejorar. Como si se tratara de construir muros y parapetos que nos protejan de ataques externos, al mismo tiempo de descuidar nuestros males intestinos, nuestras carencias propias y nuestras debilidades.

En el contexto actual, el gran desafío es que la fortaleza frente a las eventualidades provenga de la capacidad de la gente y no solo de grandes indicadores divorciados de la población. Si tuviéramos menos pobres, menos jóvenes sin educación y menos corrupción, seguramente tendríamos una economía más sólida. Las eventualidades externas siempre existirán y no podemos controlarlas; lo que podemos es fortalecernos desde dentro. Y eso se logra invirtiendo en la gente. 

(*) Periodista y profesor universitario 

Doctor en Ciencias Sociales

Publicado en la edición impresa de El Sol de Puebla, de México.