lunes, 11 de mayo de 2015

Hacia la diversificación y los resultados

Por Héctor Farina Ojeda 

Diversificar la economía mexicana y romper con la peligrosa dependencia del petróleo: este fue uno de los aspectos destacados recientemente por Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001, quien se mostró optimista en cuanto a los resultados que podrían traer las reformas en México. El economista no sólo confía en que las reformas estructurales impulsarán la competitividad del país sino que vislumbra la disminución de la desigualdad social, debido a que se logrará reducir los costos de los servicios públicos, incrementar las inversiones y a partir de ello generar empleos y mejorar salarios. 

En este contexto de optimismo, Stiglitz ve en la reforma educativa el factor fundamental para impulsar el crecimiento económico, aunque los resultados se verán en el mediano y largo plazo. Con esta reforma, no sólo vendría una economía más competitiva y diversificada, sino que seguramente una mayor equidad en la distribución de la riqueza al facilitar el acceso de la gente a los mejores empleos. Sin embargo, no es la primera vez que se habla del problema educativo como ancla de la economía, pues aunque abundan los diagnósticos y son conocidas las soluciones, el problema sigue vigente y los buenos resultados en espera.

Detrás del optimismo por la diversificación y de la urgente necesidad de reducir la desigualdad social, hay una serie de trabas y anclas que frenan, limitan y hasta escamotean las buenas intenciones. La informalidad, la burocracia, la corrupción, la inseguridad y la poca transparencia han levantado un muro que parece una frontera entre lo que esperamos mejorar con los esfuerzos económicos y lo que realmente resulta. Como si todas las iniciativas, las reformas o los cambios tuvieran en ese muro su límite, la gran pregunta que deberíamos hacernos es cómo lograr romper con los impedimentos para posicionar ideas y cambiar realidades.

La reinvención de la economía no es sólo una necesidad postergada sino que es una urgencia para atender las desigualdades sociales, para revertir los oprobiosos niveles de pobreza y para pensar en que -¿ahora sí?- los buenos resultados serán equitativos para la gente y no un monopolio de algunos grupos. Y aunque el optimismo de Stiglitz resulte esperanzador, no hay que olvidar que los latinoamericanos somos expertos en sepultar teorías, por lo que no basta con trazar el rumbo y pensar en el destino, sino que hay que prestar especial atención a los obstáculos    del camino. 

Romper con la dependencia del petróleo y buscar una economía más diversa y dinámica es una buena señal. Ahora el reto es construir opciones que contribuyan a reducir la pobreza, tener mejores empleos y distribuir en forma más justa la riqueza. Si vemos a los países que progresan, podemos pensar en la economía del conocimiento, la innovación, la calidad educativa, la tecnología o la ciencia. Lo cierto es que hay que reinventar lo económico en busca de resultados para la gente y no sólo para el poder o los poderosos de turno.

lunes, 4 de mayo de 2015

Inseguridad y amenazas a la economía

Por Héctor Farina Ojeda 

Hay mucho por mejorar en la economía mexicana. En medio de una recuperación que ya parece interminable y de una menor expectativa de crecimiento para este año, la sensación de que estamos ante una escena conocida es poderosa. Desaceleración, falta de dinamismo propio y la necesidad de empleos de calidad: como una evocación del eterno retorno, vuelven una y otra vez a los informativos para pintar problemas conocidos, urgencias postergadas y crucigramas no resueltos. Estamos ante una economía que necesita emerger con aires revolucionarios pero que sigue limitada por lastres y amenazas, como la corrupción y la inseguridad, tal como periódicamente lo podemos leer en algún estudio o informe.

En este contexto, el problema de la inseguridad ha llegado a extremos de gravedad, como lo ocurrido en Jalisco hace unos días. No sólo estamos ante una amenaza a la seguridad de las personas, sino hacia las actividades económicas de la gente: las productivas, comerciales, los servicios, etc. La violencia y el miedo limitan el trabajo normal, afectan las rutinas laborales y ahuyentan inversiones y posibilidades de empleo. En un contexto de inseguridad, es menos probable el emprendimiento y hay mucha cautela a la hora de invertir, de planificar y de construir proyectos a mediano y largo plazo.

En este sentido, el estudio titulado “Una aproximación a los costos de la violencia en México”, realizado en 2014 por el Instituto para la Seguridad y Democracia (INSYDE), presenta como una de sus conclusiones que en México los ciudadanos y las comunidades tuvieron que cambiar sus hábitos cotidianos y su actividad de desarrollo con miras a evitar ser víctimas del delito, lo que ha ha restringido sus libertades individuales, sociales y económicas. El estudio señala que la inseguridad tiene consecuencias significativas para la sociedad, con elevados costos en cuanto a la generación de riqueza, el gasto público, el desarrollo económico y las actividades laborales y educativas.

Esto es un solo un punto de referencia para pensar en todas las afectaciones que puede traer la inseguridad en el campo económico: desde la merma en las inversiones y el desincentivo para emprender, hasta la disminución del turismo, lo cual sería un golpe tremendo para Jalisco y para México, pues se trata no sólo de una las principales fuentes de ingreso sino que, posiblemente, sea la forma más justa de repartir la riqueza. Y no hay que pensar sólo en los grandes números sino en la necesidad cotidiana de la gente, en los empleos que se requieren y en las oportunidades que se pierden por culpa del miedo y la incertidumbre. 

La violencia y la inseguridad no sólo son amenazas para la gente sino para su forma de vida, para sus actividades, necesidades y expectativas. Si queremos construir economías más justas, debemos construir sociedades más seguras. Resolver el problema de la inseguridad es una urgencia, pues sus costos en la sociedad podrían ser impagables.