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lunes, 21 de noviembre de 2016

La posverdad y su turbulencia

Por Héctor Farina Ojeda 

El Diccionario Oxford eligió recientemente a la “posverdad” como la palabra del año, como una forma de reconocer al neologismo que intenta explicar lo ocurrido en situaciones como el Brexit o el triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses. Dice el diccionario que la posverdad se refiere a “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. Es decir, el posicionamiento de un discurso que apele a lo emotivo, a exacerbar los ánimos y acicatear creencias genera más consistencia que lo concreto, que la verdad misma. 

Ya muchos califican a Trump como el político de la posverdad: con un discurso anclado en la exacerbación, el populismo y los ataques desmedidos, sus palabras generan reacciones aunque se traten de agresiones sin sentido, de promesas imposibles y de mentiras gratuitas posteriormente desmentidas. Aunque lejos de los hechos objetivos, sus alocuciones al muro, a la cancelación de acuerdos comerciales, a represalias y deportaciones masivas de migrantes, así como a la influencia para evitar que una fábrica automotriz se instale en México, no sólo han generado reacciones en el mercado financiero y el ánimo de la gente, sino que son una amenaza permanente para la confianza en la economía mexicana. 

La depreciación del peso frente al dólar y el nerviosismo en el mercado financiero son sólo algunos síntomas del golpe a la confianza. La posverdad impulsada por lo que pudiera hacer el gobierno de Trump en cuanto a relaciones comerciales, empleo para migrantes y radicación de empresas -entre otros temas- genera mucha incertidumbre en los sectores económicos y podría retrasar proyectos, inversiones y hasta el consumo. Y esto se da justo cuando se están recortando las expectativas de crecimiento para el siguiente año y cuando se requiere de un incremento en la inversión productiva para generar más empleos. Toda una turbulencia en medio de la incertidumbre y la posverdad.

La verdadera capacidad de la economía mexicana para hacerle frente a las eventualidades de la era Trump está en entredicho: ¿qué tanta fortaleza tiene para crecer pese a las adversidades externas? Más que nunca, se requiere potenciar los motores económicos internos para ganar la confianza y mantener la proyección en medio del discurso de la posverdad que ya está generando especulación, miedo e incertidumbre, y que puede ahuyentar inversiones, frenar emprendimientos y limitar el consumo. Ante una inminente guerra a la confianza, no basta con salir a desmentir todos los días, sino que la propia fortaleza será la mejor defensa.

Hay que actuar rápido para mejorar la competitividad, romper la dependencia de un sólo mercado y potenciar la capacidad de la gente para emprender y producir. Es tiempo de invertir en forma estratégica en la infraestructura y el conocimiento, en obras que generen empleos y en la innovación. Con sólo especular que nada pasará no le ganaremos a la posverdad. Hay que construir confianza. 

domingo, 20 de noviembre de 2016

Reinsertarse en el mercado laboral

Por Héctor Farina Ojeda (*)

Como en las peores pesadillas del bolsillo, la victoria de Donald Trump desató una serie de miedos, especulaciones y angustia sobre lo que puede ocurrir en el ámbito económico. Al temor de que reniegue de acuerdos y cumpla con muchas de sus amenazas, sobre todo las que afectan a los migrantes, sus empleos, ingresos y remesas, se sumaron las dudas sobre la real capacidad de reacción que se tiene para enfrentar las contingencias. Y en este sentido, una de las interrogantes es qué se podría hacer para recibir a los paisanos si llegaran a ser repatriados.  

La cuestión apunta a saber si la economía tiene las condiciones para enfrentar un regreso masivo de los que tuvieron que irse a trabajar del otro lado. Precisamente, hace algunos días los representantes del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y la Secretaría de Gobernación anunciaron que apoyarán a los repatriados por el gobierno estadounidense, para que puedan reinsertarse en el mercado laboral. El objetivo es que los repatriados se vinculen al sector empresarial y puedan obtener empleo en sus lugares de origen. 

La propuesta, desde luego, resulta interesante pero suena a contingencia. Si consideramos que uno de los principales problemas de la economía mexicana es la generación de empleos -ya que han sido insuficientes para atender la demanda en los últimos años-, así como que los salarios son los más bajos de Latinoamérica, entonces tenemos un escenario poco propicio para una repatriación laboral exitosa. Y más aún: el pronóstico de crecimiento ya era bastante moderado antes de la victoria de Trump, por lo que ahora se teme un recorte en las expectativas, lo cual implica directamente menos empleos, justo en el momento en el que se incrementaría la demanda si se dan las repatriaciones. 

Desde hace años el mercado laboral formal no ha generado los suficientes empleos para atender la demanda de los 1.2 millones de jóvenes al año que buscan una oportunidad. Y como prueba de ello, la informalidad representa el 60 por ciento de la economía y se ha convertido en el refugio de millones de personas que aceptan trabajar sin seguro, sin prestaciones y sin certezas de futuro. Estamos en un escenario complicado, con oportunidades insuficientes y mal pagadas, en un contexto de pobreza y mucha necesidad. 

No tengo dudas de que se puede apoyar la reinserción laboral. Pero detrás de la contingencia hay problemas de fondo que requieren soluciones urgentes: generar más empleos y mejorar la calidad de las contrataciones y los ingresos. Y para lograr esto, necesitamos hacer crecer la economía y darle a los ciudadanos la oportunidad de emprender, innovar y acceder a puestos bien remunerados. No se trata de considerar a las personas como mano de obra por explotar, sino como una gran oportunidad de reinventar la economía desde dentro, con sus ideas, propuestas e innovaciones. 

Antes que planes de contingencia, tenemos que reinventar el mercado laboral. Y eso sólo será posible si primero invertimos en la capacidad de la gente. 

(*) Periodista y profesor universitario

Doctor en Ciencias Sociales

Publicado en la edición impresa de El Sol de Puebla., México. 

jueves, 16 de junio de 2016

Depender de lo externo


A los informes que dan cuenta del incremento de las remesas como un logro, deberíamos oponer una crítica sobre la falta de planificación del uso de recursos. Desde hace muchos años, las remesas se han constituido en una de las principales fuentes de ingreso de México, junto con los ingresos petroleros, el turismo y las exportaciones. Pero pareciera que el único plan que se tiene con el flujo de las remesas es gastar. Y eso que hay que aclarar que las remesas no son malas y que millones de familias dependen de ellas para cubrir sus necesidades básicas. El problema es que no se pasa de depender de ellas, sin más ideas que seguir dependiendo. 

Hace unos días, el Banco de México informó que en los primeros cuatro meses del año se tuvo un repunte de 8.5 por ciento en las remesas, con respecto al mismo periodo del año anterior, lo que significa ingresos por 8 mil 389 millones de dólares. Este incremento en el ingreso de recursos frescos beneficia a millones de hogares receptores. Sólo en 2015, las remesas totalizaron 24 mil 792 millones de dólares. Y estos recursos tienen la gran ventaja de la equidad distributiva: el conjunto de la riqueza no queda en pocas manos sino que alcanza a millones de personas. 

Con las remesas, al igual que con los ingresos del petróleo y el turismo, tenemos un problema grande: cómo hacer que los recursos ayuden al desarrollo y a la generación de riqueza para la gente en lugar de usarse sólo para la sobrevivencia. Si pensamos que en las últimas tres décadas prácticamente no ha habido cambios en el porcentaje de la población en situación de pobreza, en tanto se han recibido grandes cantidades de dinero del exterior, tenemos que no hay una mejoría notable para salir de la precariedad, aunque cuando las condiciones son adversas y las remesas caen, millones de personas sufren la crisis. 

Es cierto que los envíos desde el extranjero son vitales para las familias que apenas sobreviven y que se hundirían en la miseria sin estos recursos, pero deberíamos buscar la manera de que los ingresos sirvan para algo más: invertir en el futuro, emprender o apuntalar iniciativas que rompan la dependencia. Y no se trata sólo de las remesas, sino de muchas fuentes de ingreso que hasta ahora han sido desaprovechadas o malversadas por la corrupción y la ineptitud. 

Un ejemplo de un pueblo migrante que vivía de los recursos y los empleos de fuera es Noruega, el país nórdico que encontró petróleo en 1969 y que supo cómo utilizar los ingresos millonarios para cambiar su destino. Los noruegos destinaron toda la ganancia del petróleo para financiar la educación de su gente. Hoy ya no deben salir del país en busca de oportunidades sino que se han convertido en una tierra de oportunidades, con una pobreza casi inexistente y con una calidad de vida envidiada en todo el mundo. 

No sólo desde los gobiernos, sino desde nuestras propias iniciativas debemos buscar la manera de traducir el ingreso externo en oportunidades internas que nos ayuden a no depender siempre de fuera. 

Publicado en El Sol de Puebla y en Reeditor.com 

lunes, 21 de diciembre de 2015

La desigualdad más allá del ingreso

Por Héctor Farina Ojeda 

La profunda desigualdad en México es uno de los problemas más graves a la hora de pensar en la construcción de un futuro económico. Pero no se trata sólo de una desigualdad de ingresos, con datos que periódicamente presentan los estudios realizados por diferentes organismos, sino de una sociedad desigual en donde los privilegios y las exclusiones han trascendido a esferas de la vida que no deberían verse afectadas por un mayor o menor ingreso monetario. Desde la oportunidad de recibir una buena educación o una buena salud, hasta los empleos y los salarios están marcados por una matriz de desigualdad que cierra puertas y abre abismos entre ricos y pobres.

Hace unos días, un estudio denominado “Desigualdad Extrema en México: Concentración del Poder Económico y Político”, presentado por Oxfam México, dio cuenta de que el país se encuentra dentro del 25 por ciento de los países que tienen la mayor desigualdad en el mundo. Menos del 1 por ciento de la población mexicana concentra el 43 por ciento de la riqueza, en tanto el 10 por ciento de los trabajadores mejores pagados gana 30 veces más que el 10 por ciento que menos percibe. Y como muestra del abismo que divide a un país: la riqueza de 4 multimillonarios equivale al 9 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), en tanto hay 61 millones de personas que viven en la pobreza. 

Más allá de los números y de la cuestión del ingreso, la desigualdad se agudiza en cuanto a oportunidades laborales, acceso a la educación, salud y calidad de vida. De la desigualdad de ingresos que condena a gran parte de la población en una economía de mercado se ha trascendido a las marcadas diferencias sociales en lo que el filósofo Michael Sandel denomina “una sociedad de mercado”, en donde hay cosas que el dinero compra y que no debería comprar. De la diferencia de ingresos salen desigualdades en cuanto a la aplicación de la ley, al derecho a la salud o simplemente a la necesidad de gozar de un buen entretenimiento. En sociedades desiguales en las que todo se vende y se compra, ir al hospital, a una buena función de teatro o exigir el derecho laboral pueden ser una utopía para quienes no pueden pagar.

Además de vivir en condiciones desiguales, la imposición de reglas de juego que propician más desigualdad es un serio riesgo para el futuro económico: mientras las oportunidades de acceso a un buen empleo o a una buena educación se basen en un sistema de privilegios que premia a los que pueden pagar, corromper o ser apadrinados a cambio de “favores”, difícilmente se podría aspirar a una sociedad menos desigual. El futuro económico no puede construirse sobre la base de la exclusión, la marginación y el ensanchamiento escandaloso de la brecha entre las condiciones de vida de unos pocos ricos y millones de personas que sobreviven en la pobreza.

¿Qué futuro económico nos espera si seguimos inflando la desigualdad en la sociedad? Seguramente, ninguno bueno. O simplemente ninguno. Si queremos un buen futuro, en lugar de excluir, hay que darle oportunidades a la gente.

Publicado en Milenio Jalisco, en el espacio “Economía empática” de la sección Negocios. Ver original aquí:

domingo, 18 de octubre de 2015

Empleos de calidad

Por Héctor Farina Ojeda 

Conseguir un empleo ya no es solo una oportunidad sino un desafío. La generación de empleos en las últimas décadas ha sido insuficiente, en consonancia con el crecimiento económico mediocre, pero no sólo hay un problema de cantidad sino fundamentalmente de calidad: hay una marcada tendencia hacia la precarización del trabajo, con salarios bajos que no sólo no garantizan ingresos suficientes sino que casi aseguran la permanencia en la condición de pobreza. Sin prestaciones, sin posibilidades reales de crecimiento y bajo la amenaza latente de que el despido podría ser mucho peor que un mal trabajo, una buena parte de la ciudadanía debe conformarse con encontrar un espacio de sobrevivencia dentro del mercado laboral. 

A la dificultad de conseguir un empleo debemos añadirle que los salarios en México son de los más bajos de América Latina, según datos del Banco Mundial. En otras palabras, para un país que tiene a cerca de la mitad de la población en situación de pobreza, el empleo no es una alternativa suficiente, pues los bajos ingresos que perciben los trabajadores no alcanzan para que mejoren su condición de vida. Como si los indicadores se hubieran puesto de acuerdo para sellar una unidad viciosa, el crecimiento no alcanza, los empleos son insuficientes, la pobreza se mantiene y los salarios se devalúan.  

Si bien ha habido un auge importante en varios sectores, como las maquiladoras, las ensambladoras de autos, la industria electrónica o el turismo, los beneficios no alcanzan a revertir los indicadores de pobreza. Como alternativa a un mercado laboral formal sobrepasado, la informalidad se ha convertido en el principal destino de las personas que buscan empleo. Y en un mercado informal, lo último que se podría hacer es buscar es seguridad o estabilidad. Todo es efímero y precario, dependiente y arriesgado. 

Hay dos momentos en los que debemos pensar con miras a atender el problema del empleo: la situación actual, en la que urgen los puestos de calidad para atender las necesidades de una población empobrecida; y el mediano y largo plazo, lo que implica repensar la forma en que vemos el trabajo y las formas tradicionales que teníamos de prepararnos.

Para atender el problema actual se debe facilitar la creación de empresas, lo cual puede incentivarse mediante una reducción de la burocracia y de los impuestos, así como con un sistema de créditos que premie a los emprendedores y los innovadores, sobre todo cuando son pequeños empresarios. Debemos incentivar a los que emprenden y no condenarlos a quedar en la informalidad, a merced de la usura y la precariedad.

Pero para el mediano y largo plazo hay que revolucionar desde las bases, desde la formación innovadora. Si el problema de hoy es conseguir un empleo bueno, el problema de mañana será inventar un empleo bueno. Estamos ante la decadencia de un mercado que nos ofrecía trabajo y ante la emergencia de uno que nos pregunta qué trabajo le ofreceremos. La reinvención del empleo es una necesidad demasiado importante como para sentarnos a esperar que el mercado se haga cargo. Es cosa nuestra.

sábado, 17 de octubre de 2015

Del trabajo a la productividad

Por Héctor Farina Ojeda 

Un reciente informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) puso el dedo en la llaga en uno de los graves problemas de la economía mexicana: la productividad. De los 34 países que forman parte de este organismo, México tiene el nivel de productividad laboral más bajo, debido a dos problemas de los que se ha hablado mucho pero se ha resuelto poco: la mala preparación de los trabajadores y la baja calidad educativa. Mientras que México obtuvo un puntaje de 20 en una escala de 100, el promedio de los países miembros de la OCDE es más del doble: 50 puntos. 

Los datos del estudio son contundentes: sólo el 18 por ciento de la población mexicana tiene estudios superiores frente al 32 por ciento del promedio de los demás países de la OCDE. Esto nos habla de trabajadores con bajo nivel de competencia, sin la preparación adecuada y que por lo tanto no alcanzan los niveles de productividad y eficiencia de trabajadores de países como Luxemburgo, Noruega, Bélgica o Estados Unidos, que ocupan los primeros lugares. Además, en muchos de los casos los trabajadores no ocupan los empleos para los cuales tienen estudios, sino que trabajan en lo que encuentran. 

Esta situación no es casualidad. No podemos esperar otra cosa si recordamos que hace apenas unas semanas el Foro Económico Mundial señaló que la educación primaria mexicana tiene muy poca calidad, lo que nos dice que el descuido hacia los recursos humanos es de origen. Hasta parece una gran ironía que los mexicanos trabajen más que los europeos, pero produzcan menos, ganen menos y vivan a merced de la precariedad y la pobreza. 

A los problemas de la educación y la escasa inversión en los recursos humanos hay que sumarle el divorcio entre la formación universitaria y el mercado laboral, así como la situación peculiar de un sistema de privilegios en donde no se contrata al más idóneo sino al amigo, compadre o al que simplemente hizo un “favor” que será recompensado con un puesto de trabajo en el que no sólo no será productivo sino será perjudicial. En un contexto en el que no se forma ni se contrata sobre la base de la idoneidad, no debería sorprendernos que tengamos baja productividad laboral, salarios injustos y mucha gente que trabaja en exceso pero no gana lo suficiente.    

El problema es bastante complejo pero hay ideas que podemos implementar en busca de soluciones. Deberíamos preguntarnos cuáles son las competencias y habilidades que necesitamos con miras a incorporarnos a la economía del conocimiento, así como pensar cómo innovar, cómo emprender y cómo evitar repetir el modelo en el que se pasa de ser desempleado a tener un trabajo mal pagado y con pocas expectativas de mejoría.

El economista Jeremy Rifkin dice que para hacerle frente a un mercado laboral tan inestable y cambiante tenemos que desarrollar más habilidades y más conocimientos. Si el problema está en los recursos humanos. ¿qué esperan para invertir en ellos y prepararlos como se debe? 


Mentes creativas

Por Héctor Farina Ojeda 

Como nunca antes, vivimos en tiempos de ideas, de innovación y de revoluciones tecnológicas que rompen paradigmas y modelos. En forma acelerada, los inventos, los avances de la ciencia, la tecnología y los descubrimientos en campos tan diversos como la medicina o la robótica dan cuenta de que estamos ante una nueva era en la que debemos aprender a reinventar nuestra economía, nuestra formación y nuestra manera de comprender el mundo. Pero frente a esta ventana visionaria, el atraso y los problemas endémicos nos enrostran una realidad que no hemos podido cambiar: hay 134 millones de pobres en América Latina y 200 millones de personas en condición de vulnerabilidad. 

El buen momento de la producción de materias primas y el crecimiento económico no han logrado revertir los niveles de pobreza ni crear los empleos que tanto demandamos. Es más: ante el declive de las condiciones que permitieron reducir la pobreza, existe un fundamentado temor de un nuevo retroceso. Lo dijo claramente George Gray, economista del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): se debe calificar a la gente para nuevos empleos, así como a las empresas para desarrollar nuevos productos, con una mayor calidad, si se pretende continuar con la reducción de la pobreza. 

Hoy, en la economía del conocimiento, hay muchos factores esperanzadores para sociedades jóvenes. En su libro “¡Crear o morir!”, el periodista Andrés Oppenheimer presenta una serie de casos curiosos de emprendedores y creadores que están revolucionando la economía y la forma de pensar en los empleos. Más que sobrevivir en el mercado tradicional, hay un pensamiento que va hacia el trabajo colaborativo -la filosofía hacker-, el desarrollo de ideas, la experimentación y un intento constante por innovar. Se trata de mentes creativas, inquietas, que comparten ideas para desarrollar una tecnología, una aplicación o un nuevo modelo de negocios. Y están generando pequeñas revoluciones que terminarán en un cambio notable en menos tiempo del que se cree. 

Jordi Muñoz es uno de los ejemplos claros de que la innovación cambia realidades: en pocos años pasó de ser un desempleado sin título universitario a convertirse en el presidente de una empresa de drones que está revolucionando la industria aeroespacial. De Tijuana, se fue a Estados Unidos agobiado por la falta de recursos y gracias a sus ideas innovadoras ahora es un referente de los drones comerciales a nivel mundial. Y como Jordi Muñoz hay numerosos ejemplos en el campo de las redes sociales, las tecnologías de la comunicación, las impresoras 3D e incluso la cocina. Los factores comunes : la creatividad y el trabajo colaborativo. 

Dice Oppenheimer que el gran secreto de las mentes creativas para inventar e innovar es rodearse de otros creativos. La pregunta es qué estamos haciendo para incentivar a nuestros talentos, nuestros innovadores y creativos para que sus ideas puedan revolucionar la economía. La creatividad y la innovación son una gran oportunidad frente a nuestros males económicos. ¿Estamos listos para aprovecharlas?


sábado, 18 de julio de 2015

De la escuela primaria a los talentos del futuro

Por Héctor Farina Ojeda (*)

El sociólogo Neil Postman decía que los niños son mensajes vivientes que enviamos a un tiempo que no habremos de ver. A la luz de esta idea, deberíamos reflexionar profundamente sobre qué tipo de futuro nos espera si los niños están en un sistema educativo de poca calidad que no incentiva la formación de talentos ni sienta las bases suficientes para ingresar a la economía del conocimiento. Los datos son contundentes y alarmantes: la educación primaria en México se ubica en el lugar 102 de un total de 124 países estudiados, lo que representa que su calidad no sólo es muy baja sino que está muy alejada de los países de vanguardia, de acuerdo al Reporte de Capital Humano 2015, realizado por el Foro Económico Mundial.

En el estudio se hace referencia a que México ocupa el lugar 58 en cuanto a la capacidad de fomentar el talento, las habilidades y las capacidades de los estudiantes. Y aunque este resultado parece mejor al de la calidad educativa de la primaria, lo cierto es que nos encontramos ante un problema cuyo impacto puede tener magnitudes tremendas: muy lejos de las economías que basan su potencial en la formación de sus talentos, como Finlandia, Noruega, Suiza, Canadá, Japón, Suecia o Dinamarca -que ocupan los primeros lugares en promoción de talentos-, México está rezagado y hasta incubando el atraso al no resolver el problema de la calidad educativa desde sus orígenes. 

Cómo formar y retener talentos, cómo incentivar la innovación, cómo formar cuadros de élite que orienten y construyan economías competitivas basadas en el conocimiento: estas son las preocupaciones que concentran la atención de las naciones desarrolladas. Los recursos humanos se encuentran en el punto clave de la discusión, pues son el fundamento de las economías exitosas. En la era del conocimiento, la construcción de oportunidades se basa en los sistemas educativos, en la formación de la gente y en la capacidad de inventar y reinventar en forma permanente para ajustarse a un mundo en constante cambio. 

Con esta perspectiva, descuidar la calidad de la educación primaria equivale casi a un sabotaje del futuro. Con instrucción precaria, la debilidad puede transformarse en una juventud desorientada, sin vocación y sin la preparación suficiente para acceder a buenos empleos, para emprender o innovar. No debería sorprendernos que en una década haya una proliferación de ninis y que nos encontremos ante una generación que nos reclame por el descuido con el que fueron educados cuando más lo necesitaban. El riesgo no es pequeño: el mensaje que enviamos al futuro puede ser el de una generación perdida y de un bono demográfico desperdiciado. 

Si los países desarrollados promueven y cuidan a sus talentos, México no puede darse el lujo de descuidarlos desde la primaria. Este es un país de talentos, de gente creativa y gran potencial en recursos humanos. Lo que falta es mejorar la calidad de la educación e incentivar el desarrollo de iniciativas, ideas y capacidades.


lunes, 11 de mayo de 2015

Hacia la diversificación y los resultados

Por Héctor Farina Ojeda 

Diversificar la economía mexicana y romper con la peligrosa dependencia del petróleo: este fue uno de los aspectos destacados recientemente por Joseph Stiglitz, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001, quien se mostró optimista en cuanto a los resultados que podrían traer las reformas en México. El economista no sólo confía en que las reformas estructurales impulsarán la competitividad del país sino que vislumbra la disminución de la desigualdad social, debido a que se logrará reducir los costos de los servicios públicos, incrementar las inversiones y a partir de ello generar empleos y mejorar salarios. 

En este contexto de optimismo, Stiglitz ve en la reforma educativa el factor fundamental para impulsar el crecimiento económico, aunque los resultados se verán en el mediano y largo plazo. Con esta reforma, no sólo vendría una economía más competitiva y diversificada, sino que seguramente una mayor equidad en la distribución de la riqueza al facilitar el acceso de la gente a los mejores empleos. Sin embargo, no es la primera vez que se habla del problema educativo como ancla de la economía, pues aunque abundan los diagnósticos y son conocidas las soluciones, el problema sigue vigente y los buenos resultados en espera.

Detrás del optimismo por la diversificación y de la urgente necesidad de reducir la desigualdad social, hay una serie de trabas y anclas que frenan, limitan y hasta escamotean las buenas intenciones. La informalidad, la burocracia, la corrupción, la inseguridad y la poca transparencia han levantado un muro que parece una frontera entre lo que esperamos mejorar con los esfuerzos económicos y lo que realmente resulta. Como si todas las iniciativas, las reformas o los cambios tuvieran en ese muro su límite, la gran pregunta que deberíamos hacernos es cómo lograr romper con los impedimentos para posicionar ideas y cambiar realidades.

La reinvención de la economía no es sólo una necesidad postergada sino que es una urgencia para atender las desigualdades sociales, para revertir los oprobiosos niveles de pobreza y para pensar en que -¿ahora sí?- los buenos resultados serán equitativos para la gente y no un monopolio de algunos grupos. Y aunque el optimismo de Stiglitz resulte esperanzador, no hay que olvidar que los latinoamericanos somos expertos en sepultar teorías, por lo que no basta con trazar el rumbo y pensar en el destino, sino que hay que prestar especial atención a los obstáculos    del camino. 

Romper con la dependencia del petróleo y buscar una economía más diversa y dinámica es una buena señal. Ahora el reto es construir opciones que contribuyan a reducir la pobreza, tener mejores empleos y distribuir en forma más justa la riqueza. Si vemos a los países que progresan, podemos pensar en la economía del conocimiento, la innovación, la calidad educativa, la tecnología o la ciencia. Lo cierto es que hay que reinventar lo económico en busca de resultados para la gente y no sólo para el poder o los poderosos de turno.

lunes, 4 de mayo de 2015

Inseguridad y amenazas a la economía

Por Héctor Farina Ojeda 

Hay mucho por mejorar en la economía mexicana. En medio de una recuperación que ya parece interminable y de una menor expectativa de crecimiento para este año, la sensación de que estamos ante una escena conocida es poderosa. Desaceleración, falta de dinamismo propio y la necesidad de empleos de calidad: como una evocación del eterno retorno, vuelven una y otra vez a los informativos para pintar problemas conocidos, urgencias postergadas y crucigramas no resueltos. Estamos ante una economía que necesita emerger con aires revolucionarios pero que sigue limitada por lastres y amenazas, como la corrupción y la inseguridad, tal como periódicamente lo podemos leer en algún estudio o informe.

En este contexto, el problema de la inseguridad ha llegado a extremos de gravedad, como lo ocurrido en Jalisco hace unos días. No sólo estamos ante una amenaza a la seguridad de las personas, sino hacia las actividades económicas de la gente: las productivas, comerciales, los servicios, etc. La violencia y el miedo limitan el trabajo normal, afectan las rutinas laborales y ahuyentan inversiones y posibilidades de empleo. En un contexto de inseguridad, es menos probable el emprendimiento y hay mucha cautela a la hora de invertir, de planificar y de construir proyectos a mediano y largo plazo.

En este sentido, el estudio titulado “Una aproximación a los costos de la violencia en México”, realizado en 2014 por el Instituto para la Seguridad y Democracia (INSYDE), presenta como una de sus conclusiones que en México los ciudadanos y las comunidades tuvieron que cambiar sus hábitos cotidianos y su actividad de desarrollo con miras a evitar ser víctimas del delito, lo que ha ha restringido sus libertades individuales, sociales y económicas. El estudio señala que la inseguridad tiene consecuencias significativas para la sociedad, con elevados costos en cuanto a la generación de riqueza, el gasto público, el desarrollo económico y las actividades laborales y educativas.

Esto es un solo un punto de referencia para pensar en todas las afectaciones que puede traer la inseguridad en el campo económico: desde la merma en las inversiones y el desincentivo para emprender, hasta la disminución del turismo, lo cual sería un golpe tremendo para Jalisco y para México, pues se trata no sólo de una las principales fuentes de ingreso sino que, posiblemente, sea la forma más justa de repartir la riqueza. Y no hay que pensar sólo en los grandes números sino en la necesidad cotidiana de la gente, en los empleos que se requieren y en las oportunidades que se pierden por culpa del miedo y la incertidumbre. 

La violencia y la inseguridad no sólo son amenazas para la gente sino para su forma de vida, para sus actividades, necesidades y expectativas. Si queremos construir economías más justas, debemos construir sociedades más seguras. Resolver el problema de la inseguridad es una urgencia, pues sus costos en la sociedad podrían ser impagables. 


lunes, 27 de abril de 2015

Desde la pobreza hasta el cielo

Por Héctor Farina Ojeda

Vivir en medio del contraste, la antípoda, la desigualdad y hasta en la contradicción económica permanente parece ser un mal endémico latinoamericano. A la ostentación de las riquezas naturales se contraponen la precariedad y la miseria en que vive una parte de la gente, así como a las grandes oportunidades de futuro se contraponen el atraso y la exclusión. Esta semana no pude dejar de verlo en las noticias: mientras en México no ha disminuido la pobreza en los últimos 20 años, por otro lado se anuncia un futuro prometedor para la industria aeronáutica. Como en una metáfora de escritor resignado, la pobreza se ancla en más de 61 millones de personas al tiempo que una industria despega hacia la abundancia. 

Hay muchos divorcios que se dan en la economía mexicana: entre el crecimiento económico y la disminución de la pobreza -como lo señala el Banco Mundial en un reciente informe-, entre la formación profesional y el mercado laboral, o entre los discursos de combate a la pobreza y la realidad de la mitad de la población que no deja de ser pobre. La preocupación por el crecimiento y por los indicadores grandes no refleja las necesidades de la gente, pues en un contexto de marcada desigualdad la riqueza genera -paradójicamente- más pobreza: mejoran pocos, empeoran muchos. 

Como si mundos opuestos conformaran el mismo cuadro, parece no bastar con tener la universidad más grande y prestigiosa de Latinoamérica sino que en contraste hay 32 millones de personas con rezago educativo. Ante la urgencia de entrar a la economía del conocimiento se parapetan la escasa inversión en ciencia y tecnología, y los males propios de una educación de calidad insuficiente. De luces que generan sombras, con ingresos millonarios por las exportaciones del petróleo, se tiene que las zonas más pobres son las petroleras, en tanto una distribución más justa de la riqueza se da con el resultado del trabajo de los que se fueron del país porque, precisamente, no encontraban trabajos acordes a sus necesidades. 

Un gran problema es ver que ni las recetas tradicionales ni el auge de sectores industriales o de servicios se han traducido en una disminución de la pobreza. Como si un divorcio indisoluble -por decirlo así- marcara un abismo entre el desarrollo y las oportunidades, entre la riqueza de un país y la calidad de vida de su gente. Grandes programas, grandes empresas, incontables inversiones, mucha riqueza y la sensación de estar en la puerta grande del mundo, pero los pobres siguen alejados y confinados en su realidad. 


La situación nos exige buscar fórmulas para reconciliar al desarrollo y el auge económico con la gente, de forma que los resultados se perciban en una disminución de la pobreza y en una sociedad en la que todos tengan la oportunidad de mejorar. Más que acercar industrias, hay que acercar a la gente hacia la formación, la innovación, el conocimiento y los buenos empleos, para que en adelante el despegue de un sector como el aeronáutico no contraste con el alejamiento de los que se hunden en la pobreza.     

lunes, 20 de abril de 2015

Apoyar iniciativas para fortalecer la economía


Por Héctor Farina Ojeda 

Una de las necesidades permanentemente invocadas en la economía mexicana es la consolidación de un mercado interno que pueda hacerle frente a los vaivenes externos. Para no ser tan vulnerables a los efectos de los precios internacionales, de la coyuntura o de las crisis ajenas, hace falta un dinamismo propio que incentive la generación de riqueza, empleos y oportunidades. Y en este sentido, las micro, pequeñas y medianas empresas representan un sector fundamental no solo para el crecimiento económico en general sino para la diversificación de las opciones de empleo y el fortalecimiento interno.

Mientras 7 de cada 10 empleos formales son generados por las pequeñas y medianas empresas, el 70 por ciento de estas empresas cierra antes de los 5 años y solo el 11% sobrevive durante un periodo de 20 años, según datos de Coparmex. Esto pone de manifiesto una situación curiosa y difícil: las empresas que generan la mayor cantidad de empleos no tienen certeza de mantenerse en el mercado, lo que nos hace pensar en una economía que necesita fortaleza y dinamismo pero que no puede hacer que sus emprendimientos sean sostenibles en el tiempo. Es decir, nacen y crean empleos pero no alcanzan la madurez suficiente para transformar la economía. 

La poca proyección en el tiempo de las pequeñas empresas se parece a la precariedad que se tiene con los grandes ingresos: con una buena coyuntura en el precio del petróleo o en las exportaciones se puede lograr un crecimiento importante, pero no deja de ser un efecto efímero que se agota cuando se acaba el buen momento. Si las iniciativas y emprendimientos traen beneficios, lo ideal es que se mantengan e incrementen y no que en poco tiempo desaparezcan y se pierdan las oportunidades que generaron. 

Hay muchos problemas por revisar para que los emprendimientos sean rentables y se consoliden más allá de periodos fugaces: desde trabajar en la planificación hasta revisar los sistemas de financiamiento y apoyo. Las complicaciones para crear empresas formales también son una limitación para el fortalecimiento del sector: en México la tasa de impuestos que debe pagar una empresa respecto a sus ganancias es de 51 por ciento, casi el doble que en el caso chileno. Si a esto le sumamos las complicaciones burocráticas para abrir un negocio, no debería sorprendernos que la informalidad y la precariedad sean el destino de muchas empresas. Y la informalidad es parte del problema a resolver.

La necesidad de hoy no pasa solo por atender los problemas tradicionales que limitan el desarrollo de pequeñas empresas sino aprender a pensar en forma visionaria, a mediano y largo plazo, sobre la base de la innovación tecnológica y los cambios necesarios para que las iniciativas puedan ser sostenibles en el tiempo y logren una transformación de la economía.  Así como hizo Finlandia con la telefonía celular, desde las universidades deberíamos incentivar el pensamiento estratégico e impulsar ideas innovadoras que se concreten en proyectos, empleos, riqueza y oportunidades. 


lunes, 13 de abril de 2015

Debilidad económica

Por Héctor Farina Ojeda 

Uno de los aspectos más preocupantes de la actual situación de la economía mexicana es el bajo poder adquisitivo de la gente, que se refleja en una capacidad de consumo limitada. Lo advirtió nuevamente el Banco de México: el consumo sigue débil, la confianza del consumidor disminuye y esto amenaza al crecimiento económico. Y a esta preocupación hay que sumarle el anuncio hecho por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), que redujo la expectativa de crecimiento de 3.2 a 3 por ciento para este año. Es decir, no solo hay una proyección general a la baja sino que desde el interior de la economía hay una amenaza latente. 

No debería sorprender que no haya una recuperación del consumo en el contexto de décadas de crecimiento económico mediocre, de una disminución del poder adquisitivo y en un mercado laboral que no solo no logra generar los empleos necesarios sino que además los que genera son de mala calidad, precarios y con salarios bajos. Con cerca de la mitad de la población en situación  de pobreza y con una distribución injusta de la riqueza, es difícil pensar en la recuperación del consumo interno y en que esto conceda la fortaleza necesaria para que la economía crezca en proporciones importantes. 

La dependencia de los grandes indicadores parece haber generado un divorcio con los números que tienen que ver con la gente. Mientras hubo momentos en los que se presumieron los ingresos por el petróleo, por las exportaciones, la inversión extranjera directa y hasta cifras récord por remesas, hasta ahora siguen pendientes la disminución de la pobreza, la mejoría de los salarios y la reducción de la escandalosa brecha que existe entre ricos y pobres. 

Algo que deberíamos tener bien claro es que no se puede construir una economía sólida sobre la base de la informalidad, la precariedad, la escasez de oportunidades y la postergación de las necesidades básicas de la población. La desigualdad y la injusticia no son una buena base para el despegue económico. Al contrario, como lo muestran los ejemplos de la mayoría de los países latinoamericanos, los grandes potenciales en riquezas naturales que debieron convertirnos en un subcontinente rico no han sido aprovechados correctamente, por lo que hoy tenemos la mayor desigualdad del mundo, con millones de pobres.

Para contrarrestar la debilidad económica necesitamos ir más allá de atender grandes indicadores. Hace falta recuperar el poder adquisitivo de la gente. Y para ello hay que buscar estrategias para fortalecer a la clase media y para que los sectores más vulnerables tengan la oportunidad de salir de la pobreza y no solo mantenerse en ella gracias a dádivas o políticas mendicantes. 


Si la mayor riqueza está en la gente, no es posible que se sigan postergando medidas de fondo para generar empleos de calidad, para recuperar los buenos salarios y para que esa capacidad de consumo que tanto preocupa no sea un privilegio de unos pocos sino una realidad para millones de personas. Si queremos una economía fuerte, hay que invertir en la gente. Lo demás vendrá por añadidura. 

lunes, 6 de abril de 2015

El afán por el atraso


Por Héctor Farina Ojeda

Una de las formas de saber hacia dónde va una economía es mirar los presupuestos. Ver en qué invierten, en qué gastan y a qué le apuestan con miras al corto, mediano y largo plazo. Pensar en el futuro económico implica no sólo resolver los conflictos del presente sino establecer las bases para que el día de mañana tengamos algo mejor de lo que tenemos hoy. Y en un mundo de revoluciones y cambios constantes, más que nunca necesitamos planificar qué vamos a hacer para no quedar rezagados y para buscar alternativas que permitan mejorar las condiciones de vida de la gente.

En este sentido, el problema de la caída del precio del petróleo no deja de ser una ironía de la visión económica: anclados en una riqueza natural que se agotará inexorablemente y que en sus oscilaciones golpea presupuestos y proyecciones, pareciera que la visión nostálgica está en el agotamiento  y no en el futuro marcado por la riqueza más importante de los tiempos actuales: el conocimiento. En lugar de que del petróleo hayan salido fondos especiales para invertir en la gente, como hicieron los noruegos, de su bajo precio emergen los recortes a la educación que seguramente significarán que millones de personas no puedan salir de la condición de pobreza y de escasas oportunidades en las que se encuentran. En la riqueza del petróleo, la amenaza de pobreza.

Mientras un estudio revela que más de la mitad de la población mexicana no puede pagar el costo de la canasta básica, la posibilidad del recorte del presupuesto a la educación para 2016 parece decir que no se busca mejorar la productividad, que es, precisamente, lo que hace falta para mejorar los salarios, para recuperar poder adquisitivo y así cubrir necesidades como la canasta básica. Y no es cuestión de México sino es casi un afán latinoamericano en tiempos de crisis: ver el problema y dar el paso atrás en lugar de aprovechar la oportunidad e invertir en el futuro. 

Seguir con la dependencia de las riquezas naturales, del crecimiento económico del vecino, de las remesas o de los precios internacionales de materias primas no traerá el “milagro económico” tan esperado. Al contrario, lo que se requiere es romper la dependencia, dinamizar el mercado interno y que más que un milagro lo que se logre sea una recuperación propiciada por la gente. Y para ello el cambio debe pasar por depender menos de las riquezas naturales y apostar más por el conocimiento, por la formación de la riqueza más codiciada. 

Es el conocimiento el que hoy representa las dos terceras partes de la riqueza que se produce en el mundo. Por ello, el afán debería ser invertir en la construcción de un presente y un futuro más prometedores, vinculados a la posibilidad de posicionarnos en una economía del conocimiento, incentivar la innovación, la ciencia y la tecnología, y darle a la gente la posibilidad de fabricarse sus propias oportunidades y no seguir a expensas de milagros que nunca llegan e injusticias que oprimen, que marginan y que rezagan.





Talento, creatividad y economía


Por Héctor Farina Ojeda 

Incentivar la creatividad, la innovación y el desarrollo de talentos: eso es lo que hoy hacen las naciones desarrolladas. Lo dice claramente Andrés Oppenheimer en su libro "Crear o morir": la cuestión ya no pasa por decidir entre el socialismo y el capitalismo, sino por saber cómo inventar e innovar para no quedar en el atraso. Los países latinoamericanos se enfrentan hoy al extraordinario desafío de apostar por su gente para entrar a la economía del conocimiento y abandonar los viejos sistemas de privilegios y exclusiones que nos exhiben como el subcontinente con la mayor desigualdad del mundo. 

Más allá de la explotación de recursos naturales y de la dependencia de pocos rubros, la economía de hoy nos exige que apostemos por el capital más valioso que tenemos: la gente. Y apostar por la gente como motor del cambio implica repensar nuestros viejos modelos educativos para pasar a uno que incentive el talento, la creación, la innovación y la capacidad de inventar salidas en un mundo que se abre para los que saben y se cierra para los que pretenden saber y se conforman con que todo sea igual.

Desarrollar talentos, sobre todo de los jóvenes, es una necesidad económica de primer orden. Del talento de jóvenes emprendedores salieron las empresas tecnológicas más referenciadas a nivel mundial, en tanto los grandes avances en campos tan diversos como la medicina y la robótica se deben a mentes inquietas, incentivadas y con apoyo para experimentar ideas que pueden derivar en notables transformaciones.

Ante este escenario cambiante en el que las estrellas son los innovadores y los que experimentan, debemos pensar si estamos generando ambientes adecuados para incentivar y desarrollar talentos, o si los estamos empujando hacia sistemas de privilegios que matan la creatividad y premian al que no sabe, al que puede ocupar lugares que no merece gracias a acuerdos torcidos. 

La economía del conocimiento exige cambio de ideas y una renovación de los mecanismos de generación de riqueza, por lo que no basta con un cambio de personas para mantener el mismo sistema dependiente de materias primas y de favores políticos. Más que nunca, se necesita desarrollar el talento de la gente y para ello debemos replantear la educación, la burocracia, el apoyo económico y todo lo vinculado al entorno de los emprendedores, de los que necesitan respaldo para proponer, crear y cambiar. 

Si en México hay tanto talento, y si en Jalisco tenemos extraordinarias condiciones para la innovación tecnológica, no solo podemos pensar en una "pequeña Silicon Valley" sino en convertir a la región en un centro de innovadores que generen riqueza y den el paso decisivo hacia la nueva economía. Es cuestión de incentivar y apoyar: a la educación, a las universidades, a los emprendedores, a los talentos, a la gente. 

Dejemos de promocionar modelos del atraso y pasemos, de una vez por todas, a apostar por lo que realmente rige a los tiempos actuales: la gente, con sus talentos, sus ideas y sus revoluciones.


Innovar, un paso urgente

Por Héctor Farina Ojeda 
No es casualidad que una economía como la mexicana sea pesada, lenta, dependiente y con una deuda creciente hacia las necesidades sociales. No es casualidad si vemos economías florecientes a nivel mundial que se basan en su capacidad de innovar y crear, de inventar y buscar siempre ubicarse un paso adelante de los demás. Porque, precisamente, la apuesta por la innovación marca una enorme diferencia entre esas naciones que hoy son ricas y las que se debaten entre el atraso y el estancamiento, como en el caso mexicano. 

La diferencia es tan grande que hace 30 años Corea del Sur y México tenían situaciones similares, pero ahora los coreanos son una potencia mundial en cuanto a innovación, invenciones, patentes y avances tecnológicos, lo que se traduce en una enorme generación de riqueza que beneficia a su gente. En tanto, en el lado mexicano se mantienen los mismos problemas de pobreza, desempleo, informalidad y se sigue postergando la ciencia y la tecnología, que apenas merecen el 0.5 por ciento del PIB en inversión.  

Todos los años, el informe del Foro Económico Mundial sobre la competitividad de las naciones nos recuerda que los problemas de corrupción, inseguridad, baja calidad educativa y falta de innovación limitan el desarrollo competitivo del país. Y desde hace años se tienen diagnósticos suficientes para entender que detrás de una economía lenta y pesada hay un problema de falta de competitividad en los recursos humanos, lo cual limita la capacidad de innovar y ajustarse a un mundo económico demasiado cambiante. 

La cuestión de innovar no es algo menor, sino un gran desafío que puede marcar un paso trascendental: hacia el desarrollo o hacia el atraso o el estancamiento. Hay muchas preguntas detrás de la innovación que no hemos respondido con suficiencia: ¿realmente hay un interés por incentivar la innovación o sólo intenciones discursivas que jamás se concretarán? ¿Qué tipo de apoyos reales se les dan a los que quieren innovar? O incluso podemos ir más allá: ¿nos interesa innovar? 

Una mirada a los semilleros de la innovación, las universidades, seguramente nos revelará qué tan interesados estamos. Mientras hay una enorme fábrica de profesionales para las carreras tradicionales, todavía no hay suficiente formación de ingenieros para un mercado que requiere ingenieros. Pareciera que seguimos pensando que el mejor camino es la formación para espacios que se resisten al cambio, como si la apuesta fuera por asegurar un cargo mágico que provea recursos de manera infinita. Pero en tiempos de cambio, apostar por no cambiar equivale a perder.

Desde la formación, desde el apoyo económico, desde las facilidades burocráticas y fiscales, la innovación debería ser incentivada como parte de una política económica que busque elevar la competitividad y la capacidad de hacer de la gente. Las universidades, los gobiernos y el sector privado deberían incentivar las innovaciones, ya sea como un compromiso con el país o por la codicia de saber que se trata de un buen negocio. 

Publicado en Milenio Jalisco, en el espacio "Economía empática". Ver aquí: 

Desigualdad, pobreza y educación

Por Héctor Farina Ojeda

La desigualdad es un mal endémico de los países latinoamericanos. Y México no es una excepción. Además de los indicadores de pobreza y la aberrante distribución de la riqueza, detrás de todo hay una injusticia incubada en sistemas que promueven las desigualdades. En este sentido, el reciente Índice de Desarrollo Humano (IDH) presentado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) establece que la principal carencia y el factor de mayor desigualdad en México es la educación.

Por la mala calidad de la educación, la poca y mala inversión educativa, hoy tenemos tremendos problemas para el desarrollo humano, lo que no sólo se pone de manifiesto en la pobreza y la desigualdad sino en las limitadas oportunidades que se tienen para cambiar esta situación. El informe mismo lo dice: Chihuahua podría tardar 200 años en alcanzar el IDH del Distrito Federal. Esto nos indica que no se trata solo de una desigualdad actual en cuanto a la distribución de la riqueza y la generación de empleos, sino que es una desigualdad incubada que representa una grave dificultad por atender en forma urgente y que, de no hacerlo, amenaza con ahondar todavía más la diferencia entre comunidades y regiones.

En el México de la desigualdad, en el que 39 familias controlan casi el 14 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), en donde la mitad de la población vive en la pobreza, y una quinta parte en la pobreza extrema, y en donde el sistema de privilegios funciona como un mecanismo de exclusión para que la gente acceda a las oportunidades que requiere, la advertencia del PNUD debería obligar no solo a revisar minuciosamente cuánto se invierte en la educación sino cómo y para qué. No atender esta urgencia en el origen equivale a tener fábricas de desigualdad y pobreza, lo cual a su vez significa seguir en una situación que conocemos bien: atraso.

En tiempos de la economía del conocimiento, los buenos resultados económicos dependen de la capacidad y la formación de los recursos humanos. Por eso, en un país que tiene 32 millones de personas con rezago educativo es normal que haya niveles indignantes de desigualdad y pobreza. Y es por eso que los anuncios periódicos de bonanza, de crecimiento económico y de incremento de inversiones no alcanzan a minimizar el problema y se terminan evaporando. Cuando el problema es estructural como en el caso mexicano, no bastan los empleos coyunturales ni las lluvias esporádicas de riqueza: hay que corregir los errores desde el origen y ello implica trabajar más con la gente desde su formación inicial hasta la universitaria.

Para combatir la desigualdad y la exclusión hay que darle poder a la gente, lo que implica que tengan educación de calidad para aspirar a buenos empleos, para emprender e innovar. Los países menos desiguales son los más educados, los que valoran a su gente como la principal riqueza que tienen. Si queremos un país con menos injusticia, hay que comenzar por mejorar la calidad educativa y extenderla a todos.


Otro golpe al empleo

Por Héctor Farina Ojeda 

El anuncio hecho por el secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, fue duro y directo: se dejarán de crear unos 250 mil empleos debido al recorte presupuestario por parte del gobierno. Y aunque el funcionario dijo también que esto se podría compensar con el crecimiento económico y con un dinamismo en otros sectores, lo cierto es que el golpe al empleo afecta a una gran parte de la población mexicana. 

La proyección para 2015 indicaba una generación de más de 700 mil empleos, pero la reciente noticia le resta prácticamente un tercio, por lo que debemos esperar (con buena suerte) cerca de 500 mil nuevos empleos para este año. Resulta preocupante que nuevamente se reduzcan las oportunidades laborales que tanto requiere la gente, en tanto se apunta a que haya un repunte concentrado en algunos sectores. En otras palabras, este es el anuncio de algo que conocemos muy bien: la riqueza irá a las manos de los que ya la tienen, en tanto los más vulnerables tendrán que sobrevivir con lo que puedan. 

Pero más allá de los datos poco alentadores, nos encontramos ante una situación repetida que debemos enfrentar con propuestas diferentes: el mercado laboral tradicional no está generando ni generará los empleos que necesita la gente, por lo que nos urge encontrar alternativas. Podemos pensar en emigrar, en emprender, en la informalidad…pero la respuesta ya no es patrimonio del mercado laboral sino de la propia capacidad de hacer. La pregunta que debemos hacernos es ¿qué tanta formación tenemos para hacerle frente a un mercado que requiere innovación?

En México hay cerca de 32 millones de personas con rezago educativo, es decir una cuarta parte de la población, por lo que se trata de un sector vulnerable, que necesita empleo pero que seguramente no podrá conseguir uno de calidad. Con esta limitación educativa, para este sector es casi imposible innovar o entrar a la economía del conocimiento, por lo que el apoyo real que deben recibir es la educación, la única herramienta que les permitirá tener oportunidades diferentes a las que ahora tienen. 

Lo curioso es que a pesar de saber que son sectores vulnerables, que serán afectados por la falta de empleo y que necesitan educación, los recortes anunciados afectarán también a…la educación. Con este círculo vicioso, podemos prever que persistirán los problemas de empleo, de rezago, de oportunidades insuficientes y de pobreza. Las perspectivas de crecimiento económico y de dinamismo no llegarán a los sectores necesitados y habrá que pensar cómo hacer para romper con este juego en el que ganan siempre los mismos y pierden casi todos. 

Una idea interesante es pasar del trabajo al trabajador: dejar de esperar que el mercado genere los empleos que hacen falta, para darle la atención a la gente con miras a que pueda emprender, generar, idear, innovar y emplearse. Sólo con recursos humanos capacitados podemos aspirar a romper la dependencia de la actual oferta laboral. Hay que educar y formar, desde los mandos medios hasta los líderes visionarios. 


lunes, 2 de marzo de 2015

Privilegios que excluyen


Por Héctor Farina Ojeda 

La situación de vulnerabilidad de los jóvenes ante el mercado laboral no es una novedad. Por escasas oportunidades de empleo, por falta de preparación o por herencia de un sistema de privilegios que excluye y margina, la juventud se ha mantenido como una esperanza de cambio dentro de un contexto que se niega a cambiar. Es decir, las ventajas de contar con una población joven, en condiciones de producir, innovar y revolucionar la economía parecen no hacer mella en un mercado acostumbrado al clientelismo y a un enredado mecanismo de selección que no se basa en la capacidad. 

En México hay 12.2 millones de jóvenes que tienen problemas para conseguir un empleo decente, con seguro, salarios dignos y reconocimiento laboral. Esto lo dijo Leonard Mertens, representante de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), quien añadió que el 70 por ciento de los jóvenes que trabajan lo hacen en la informalidad. En este contexto, hay que considerar que el desempleo juvenil es de 9.5 por ciento, el doble que el desempleo general, y que además de las dificultades para conseguir trabajo tenemos que considerar la precariedad, la inestabilidad y, en muchas ocasiones, la carencia de una formación adecuada para acceder a los puestos mejor remunerados. 

Detrás de los problemas de empleo de la juventud hay una larga lista de factores desatendidos, como la educación de calidad, el desajuste entre la formación universitaria y los requerimientos del mercado laboral, los problemas vocacionales, así como la falta de planificación estratégica del futuro de la economía. Pero también hay un sistema de privilegios que funge como puerta de entrada al mercado laboral: el clientelismo, el amiguismo, nepotismo, compadrazgo o, como diría Fernando Escalante Gonzalbo, “el muégano”, son mecanismos perversos que condicionan el empleo a algo diferente a la idoneidad. 

En su libro “Estampas de Liliput. Bosquejos para una sociología de México”, este sociólogo esboza la “teoría del muégano” como una forma en la que cual todo se basa en un sistema de favores, privilegios y acuerdos irregulares para los amigos, los conocidos, los cómplices. Esto implica dejar de lado la idoneidad y priorizar los favores, la lealtad y la capacidad de romper las reglas para beneficiar a alguien que luego, seguramente, hará lo mismo para devolver el favor. Si pensamos en este pegajoso mecanismo del muégano que afecta a toda la sociedad, no debe extrañarnos que los jóvenes se confundan y pierdan el sentido de la educación, de la formación profesional, la ética y la idoneidad. 


Mantener un sistema de privilegios no sólo equivale a excluir a una gran parte de la población, sino que carcome los fundamentos de la economía al hacerla menos competitiva, menos justa y con menores probabilidades de resolver graves conflictos como la pobreza. Las economías exitosas se construyen sobre la base de la gente idónea, preparada y comprometida, por lo que tenemos que devolverle a los jóvenes la posibilidad de cambiar a partir de su propia capacidad.

viernes, 27 de febrero de 2015

Precariedad laboral en tiempos difíciles

Por Héctor Farina Ojeda 

El empleo es uno de los grandes problemas de la economía mexicana. No se han generado suficientes puestos de trabajo en los últimos años, en tanto ha habido un incremento de la informalidad laboral y, sobre todo, de la precariedad. En una sociedad que necesita imperiosamente empleos de calidad para mejorar los ingresos de su gente, cada vez hay más empleos precarios, informales, sin prestaciones, con salarios bajos y con una notable inestabilidad que hace que sea muy difícil encontrar trabajos que aguanten el mediano y largo plazo. 

No es un problema exclusivo de México sino que es un fenómeno de proporciones mundiales: como diría el sociólogo alemán Ulrich Beck, nos encontramos ante una precarización del trabajo que hace que cada vez haya más fugacidad en las contrataciones, con beneficios menos consistentes para los trabajadores. Pero en el caso mexicano esto es más grave porque se trata de una economía que tiene a cerca de la mitad de su población en situación de pobreza y que no ha logrado un crecimiento importante en las últimas tres décadas. De ahí que la precariedad del empleo sea un agravante en tiempos de urgencia por conseguir trabajo. 

Si bien los datos indican una disminución de la informalidad laboral en 2014 -con 400 mil informales menos-, lo cierto es que la cifra de 28,9 millones de trabajadores informales es 2.5 veces superior a la de los formales, de acuerdo a los datos del Inegi. Esto nos habla de que ante la ausencia de oportunidades formales de empleo, se opta por el mercado informal, con todas las precariedades y carencias que esto implica. Si cada año se requieren 1.2 millones de puestos nuevos y sólo se genera la mitad, es normal que la gente busque cualquier forma de ingreso para atender sus necesidades.   

La precariedad laboral no solo es un problema de quien busca trabajo, sino de toda la economía en su conjunto. Un trabajador mal pagado, sin seguro y sin estabilidad, es alguien que no sólo no puede atender sus necesidades básicas y seguramente seguirá en la pobreza, sino que no incentiva el consumo y genera debilidad del mercado interno. Millones de empleados precarios viven con enormes limitaciones y no pueden darse el lujo de ahorrar ni, mucho menos, de invertir en un nuevo emprendimiento. Todo esto hace que la economía mexicana sea vea afectada en su crecimiento, ese mismo crecimiento que tanto se invoca como una panacea para la generación de empleos y riqueza. 


Mejorar las condiciones de trabajo y hacer que las oportunidades laborales sean de mayor calidad representan un problema complejo que debe ser atendido desde todos los sectores involucrados. Hay que facilitar la formalización de los empleos y disminuir la burocracia -que termina siendo un incentivo para la corrupción-, así como se debe incrementar la competitividad y la productividad de los trabajadores mediante una formación más sólida que vaya conforme a los requerimientos de la economía. Dar mejores condiciones de empleo no es una pérdida para los empresarios ni el gobierno, sino que al contrario: podría ayudar a proteger toda la economía.