Por Héctor Farina Ojeda
Como nunca antes, vivimos en tiempos de ideas, de innovación y de revoluciones tecnológicas que rompen paradigmas y modelos. En forma acelerada, los inventos, los avances de la ciencia, la tecnología y los descubrimientos en campos tan diversos como la medicina o la robótica dan cuenta de que estamos ante una nueva era en la que debemos aprender a reinventar nuestra economía, nuestra formación y nuestra manera de comprender el mundo. Pero frente a esta ventana visionaria, el atraso y los problemas endémicos nos enrostran una realidad que no hemos podido cambiar: hay 134 millones de pobres en América Latina y 200 millones de personas en condición de vulnerabilidad.
El buen momento de la producción de materias primas y el crecimiento económico no han logrado revertir los niveles de pobreza ni crear los empleos que tanto demandamos. Es más: ante el declive de las condiciones que permitieron reducir la pobreza, existe un fundamentado temor de un nuevo retroceso. Lo dijo claramente George Gray, economista del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): se debe calificar a la gente para nuevos empleos, así como a las empresas para desarrollar nuevos productos, con una mayor calidad, si se pretende continuar con la reducción de la pobreza.
Hoy, en la economía del conocimiento, hay muchos factores esperanzadores para sociedades jóvenes. En su libro “¡Crear o morir!”, el periodista Andrés Oppenheimer presenta una serie de casos curiosos de emprendedores y creadores que están revolucionando la economía y la forma de pensar en los empleos. Más que sobrevivir en el mercado tradicional, hay un pensamiento que va hacia el trabajo colaborativo -la filosofía hacker-, el desarrollo de ideas, la experimentación y un intento constante por innovar. Se trata de mentes creativas, inquietas, que comparten ideas para desarrollar una tecnología, una aplicación o un nuevo modelo de negocios. Y están generando pequeñas revoluciones que terminarán en un cambio notable en menos tiempo del que se cree.
Jordi Muñoz es uno de los ejemplos claros de que la innovación cambia realidades: en pocos años pasó de ser un desempleado sin título universitario a convertirse en el presidente de una empresa de drones que está revolucionando la industria aeroespacial. De Tijuana, se fue a Estados Unidos agobiado por la falta de recursos y gracias a sus ideas innovadoras ahora es un referente de los drones comerciales a nivel mundial. Y como Jordi Muñoz hay numerosos ejemplos en el campo de las redes sociales, las tecnologías de la comunicación, las impresoras 3D e incluso la cocina. Los factores comunes : la creatividad y el trabajo colaborativo.
Dice Oppenheimer que el gran secreto de las mentes creativas para inventar e innovar es rodearse de otros creativos. La pregunta es qué estamos haciendo para incentivar a nuestros talentos, nuestros innovadores y creativos para que sus ideas puedan revolucionar la economía. La creatividad y la innovación son una gran oportunidad frente a nuestros males económicos. ¿Estamos listos para aprovecharlas?
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