A los informes que dan cuenta del incremento de las remesas como un logro, deberíamos oponer una crítica sobre la falta de planificación del uso de recursos. Desde hace muchos años, las remesas se han constituido en una de las principales fuentes de ingreso de México, junto con los ingresos petroleros, el turismo y las exportaciones. Pero pareciera que el único plan que se tiene con el flujo de las remesas es gastar. Y eso que hay que aclarar que las remesas no son malas y que millones de familias dependen de ellas para cubrir sus necesidades básicas. El problema es que no se pasa de depender de ellas, sin más ideas que seguir dependiendo.
Hace unos días, el Banco de México informó que en los primeros cuatro meses del año se tuvo un repunte de 8.5 por ciento en las remesas, con respecto al mismo periodo del año anterior, lo que significa ingresos por 8 mil 389 millones de dólares. Este incremento en el ingreso de recursos frescos beneficia a millones de hogares receptores. Sólo en 2015, las remesas totalizaron 24 mil 792 millones de dólares. Y estos recursos tienen la gran ventaja de la equidad distributiva: el conjunto de la riqueza no queda en pocas manos sino que alcanza a millones de personas.
Con las remesas, al igual que con los ingresos del petróleo y el turismo, tenemos un problema grande: cómo hacer que los recursos ayuden al desarrollo y a la generación de riqueza para la gente en lugar de usarse sólo para la sobrevivencia. Si pensamos que en las últimas tres décadas prácticamente no ha habido cambios en el porcentaje de la población en situación de pobreza, en tanto se han recibido grandes cantidades de dinero del exterior, tenemos que no hay una mejoría notable para salir de la precariedad, aunque cuando las condiciones son adversas y las remesas caen, millones de personas sufren la crisis.
Es cierto que los envíos desde el extranjero son vitales para las familias que apenas sobreviven y que se hundirían en la miseria sin estos recursos, pero deberíamos buscar la manera de que los ingresos sirvan para algo más: invertir en el futuro, emprender o apuntalar iniciativas que rompan la dependencia. Y no se trata sólo de las remesas, sino de muchas fuentes de ingreso que hasta ahora han sido desaprovechadas o malversadas por la corrupción y la ineptitud.
Un ejemplo de un pueblo migrante que vivía de los recursos y los empleos de fuera es Noruega, el país nórdico que encontró petróleo en 1969 y que supo cómo utilizar los ingresos millonarios para cambiar su destino. Los noruegos destinaron toda la ganancia del petróleo para financiar la educación de su gente. Hoy ya no deben salir del país en busca de oportunidades sino que se han convertido en una tierra de oportunidades, con una pobreza casi inexistente y con una calidad de vida envidiada en todo el mundo.
No sólo desde los gobiernos, sino desde nuestras propias iniciativas debemos buscar la manera de traducir el ingreso externo en oportunidades internas que nos ayuden a no depender siempre de fuera.
Publicado en El Sol de Puebla y en Reeditor.com
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