Como en el título de la novela de Michael Ende, la recuperación de la economía mexicana parece interminable. Y no me refiero a la situación dada a partir de la gran crisis de 2009, sino a un periodo mucho más amplio que puede cubrir décadas de espera: en cuanto a crecimiento, empleo, buenos salarios, y oportunidades en general que contribuyan a minimizar la pobreza que divide al país. Más en los discursos que en los indicadores, la recuperación siempre está presente como la gran esperanza, como el golpe de timón que hace falta. Pero cada vez se parece más a una situación fantástica en la que siempre está llegando, sin que llegue para todos y sin que termine de llegar.
En las últimas tres décadas el crecimiento ha sido muy modesto -del 2 por ciento anual en promedio-, en tanto en los dos años recientes se tuvo una tendencia a la baja en el largo plazo, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Todo apunta a que la recuperación se extenderá en el tiempo, con lo que seguimos postergando la atención a las urgentes necesidades sociales. Con repuntes raquíticos, con riquezas que no llegan a todos, con un estancamiento en los salarios de la clase media y con una pérdida del poder adquisitivo, no se vislumbra un giro copernicano hacia una economía que crezca en niveles importantes.
Ante la incertidumbre de lo que pasará con la economía estadounidense luego de las elecciones y en vistas de la gran dependencia que se tiene del vecino, la gran pregunta es qué medidas y estrategias se implementarán para los siguientes años, ya que la estabilidad y el control de los grandes indicadores no es suficiente. ¿Vamos hacia una economía del conocimiento o nos parapetamos en las manufacturas? ¿Buscamos la diversificación de los mercados o seguimos confiando en las exportaciones a Estados Unidos?¿Nos arriesgamos con alguna estrategia innovadora o esperamos que todo esté bien?
La lentitud de los resultados de las reformas es un sólo un síntoma más de un malestar endémico: los cambios no terminan por traducirse en beneficios para la gente, ni en lo económico ni en lo educativo. Pero lo más preocupante es que no es raro que sea así, pues con una economía poco competitiva, poco productiva y con una fuerza laboral descuidada en su educación y castigada en el mercado laboral, es de esperar que la fragilidad, la lentitud y la precariedad limiten cualquier tipo de maniobra en un mundo acelerado.
En medio de una crisis tras otra, parece que seguimos viendo el riesgo y no la oportunidad. Con el viejo esquema de la mano de obra barata y los modelos industriales no llegaremos lejos en una economía que depende cada vez más del conocimiento aplicado. Es tiempo de un giro trascendente, de un salto hacia nuevos horizontes económicos. Si de todos modos la recuperación no termina de llegar y los problemas siguen intactos, ¿por qué no acelerar el paso hacia la innovación, el emprendimiento, la ciencia y la tecnología? Lo cierto es que hay que cambiar o nos irá igual o peor.
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