lunes, 8 de agosto de 2016

¿Satisfechos y felices ?

Por Héctor Farina Ojeda 

Un curioso estudio dio cuenta de que México es el segundo país con los trabajadores más satisfechos del mundo. De acuerdo con el Barómetro Edenred-Ipsos, que mide la satisfacción de los trabajadores, el 81 por ciento, es decir 8 de cada 10 mexicanos, tiene una actitud positiva con respecto a su trabajo, en tanto los más satisfechos son los indios, con 88 por ciento, y los más inconformes son los japoneses, con 44 por ciento. Todo esto, a partir de una encuesta en la que se evaluó el bienestar de los trabajadores, considerando factores relacionados con el empleo. No es la primera vez que aparecen resultados similares, aunque también hay que considerar otros informes que dan cuenta de lo contrario: una enorme insatisfacción con la situación laboral. 

Pero, en un escenario de contradicciones, no debe sorprender que la noticia de que México es el segundo país más feliz del mundo haya aparecido en sentido contrario a informaciones mediáticas que dan cuenta de los problemas sociales, económicos y de toda índole. Y tampoco debería sorprendernos que la felicidad y la satisfacción laboral se den al mismo tiempo que cae la confianza en la economía. Es decir, no creen que la situación económica en el siguiente año mejore pero hay satisfacción con el empleo y, sobre todo, hay felicidad. Como si se tuvieran las condiciones ideales para estar conformes, como si la economía y la calidad de vida fueran las que necesitamos. 

Obviamente, la situación dista mucho de un mundo feliz. Más allá de las contradicciones que presentan los resultados -combinados como una provocación-, nos encontramos frente a problemas recurrentes que no se han podido resolver en beneficio de la gente. Tanto el crecimiento mediocre del PIB como la insuficiente generación de empleos, los salarios bajos, la desigualdad, la exclusión y la endémica pobreza no son motivos para la felicidad ni la satisfacción. Ni mucho menos para caer en una de las peores formas de claudicación: el conformismo. 

No puede haber conformismo cuando se tienen los salarios más bajos de América Latina, con una informalidad del 60 por ciento y con una generación de empleo que sólo alcanza para atender la mitad de la demanda anual. Lograr un trabajador satisfecho no puede ser el resultado del país en el que más horas trabajan, producen menos, ganan menos y encima son los que padecen más estrés. Definitivamente algo estamos haciendo mal o algo estamos dejando de hacer para que no podamos combatir con éxito las precariedades del mercado laboral. 

Un riesgo grande es confundir una felicidad aparente o una satisfacción aparente con el conformismo, con la resignación ante una crisis permanente, como una forma de encontrar “alegría” en lo poco que se logra, en el entendido de que no se puede cambiar mucho y que siempre será mejor lo “menos peor”. 

En tiempos en los que necesitamos emprender, innovar y reinventar la economía, conformarnos con lo que hay, e incluso jactarnos de la felicidad, puede ser una tragedia. Es tiempo de cambios, no de conformismo. 

   




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