Por Héctor Farina Ojeda
El empleo es uno de los grandes problemas de la economía mexicana. No se han generado suficientes puestos de trabajo en los últimos años, en tanto ha habido un incremento de la informalidad laboral y, sobre todo, de la precariedad. En una sociedad que necesita imperiosamente empleos de calidad para mejorar los ingresos de su gente, cada vez hay más empleos precarios, informales, sin prestaciones, con salarios bajos y con una notable inestabilidad que hace que sea muy difícil encontrar trabajos que aguanten el mediano y largo plazo.
No es un problema exclusivo de México sino que es un fenómeno de proporciones mundiales: como diría el sociólogo alemán Ulrich Beck, nos encontramos ante una precarización del trabajo que hace que cada vez haya más fugacidad en las contrataciones, con beneficios menos consistentes para los trabajadores. Pero en el caso mexicano esto es más grave porque se trata de una economía que tiene a cerca de la mitad de su población en situación de pobreza y que no ha logrado un crecimiento importante en las últimas tres décadas. De ahí que la precariedad del empleo sea un agravante en tiempos de urgencia por conseguir trabajo.
Si bien los datos indican una disminución de la informalidad laboral en 2014 -con 400 mil informales menos-, lo cierto es que la cifra de 28,9 millones de trabajadores informales es 2.5 veces superior a la de los formales, de acuerdo a los datos del Inegi. Esto nos habla de que ante la ausencia de oportunidades formales de empleo, se opta por el mercado informal, con todas las precariedades y carencias que esto implica. Si cada año se requieren 1.2 millones de puestos nuevos y sólo se genera la mitad, es normal que la gente busque cualquier forma de ingreso para atender sus necesidades.
La precariedad laboral no solo es un problema de quien busca trabajo, sino de toda la economía en su conjunto. Un trabajador mal pagado, sin seguro y sin estabilidad, es alguien que no sólo no puede atender sus necesidades básicas y seguramente seguirá en la pobreza, sino que no incentiva el consumo y genera debilidad del mercado interno. Millones de empleados precarios viven con enormes limitaciones y no pueden darse el lujo de ahorrar ni, mucho menos, de invertir en un nuevo emprendimiento. Todo esto hace que la economía mexicana sea vea afectada en su crecimiento, ese mismo crecimiento que tanto se invoca como una panacea para la generación de empleos y riqueza.
Mejorar las condiciones de trabajo y hacer que las oportunidades laborales sean de mayor calidad representan un problema complejo que debe ser atendido desde todos los sectores involucrados. Hay que facilitar la formalización de los empleos y disminuir la burocracia -que termina siendo un incentivo para la corrupción-, así como se debe incrementar la competitividad y la productividad de los trabajadores mediante una formación más sólida que vaya conforme a los requerimientos de la economía. Dar mejores condiciones de empleo no es una pérdida para los empresarios ni el gobierno, sino que al contrario: podría ayudar a proteger toda la economía.