Por
Héctor Farina Ojeda
No
fue una casualidad que hace unos días el ex primer ministro del Reino Unido
Tony Blair lo haya dicho claramente: el mayor desafío para México es la
educación. En un tono similar, Ben Bernanke, expresidente de la Reserva Federal de
Estados Unidos (FED), dijo hace unos meses que la educación es importante no
sólo para que disminuya la pobreza, sino porque cuando se carece de ella se
desperdician los recursos que tiene el país.
A
principios del sexenio pasado, cuando la gran pregunta era por qué México crecía
a tasas mediocres pese a hacer bien los deberes, el resultado de las
investigaciones apuntó a una causa fundamental: mala calidad educativa. Sin
recursos humanos calificados y competentes, las recetas económicas no
funcionaban porque no había la capacidad de maniobra para ajustarse a los
cambios constantes de la economía ni para aprovechar las oportunidades que
surgen y se van de manera vertiginosa. Actualmente, la situación no ha cambiado
mucho.
La
caída de México en el Índice Global de Competitividad 2014-2015 fue un toque de
alerta que no hizo tanto ruido como debería: del puesto 55 retrocedió al sitio
61, de un total de 145 países estudiados. El informe de Foro Económico Mundial
dice que la causa de la caída es el deterioro de la percepción del funcionamiento
de las instituciones, así como la baja calidad del sistema educativo "que
no parece cumplir con el conjunto de habilidades que la economía mexicana
cambiante exige”. Igualmente, el bajo nivel de implantación de tecnologías de
la información afecta negativamente a la competitividad.
Las
llamadas de atención sobre el problema que se encuentra detrás del escaso
crecimiento económico han sido recurrentes en los últimos años. Reciente lo
advirtió la Organización
para la Cooperación
y el Desarrollo Económico (OCDE), que en su informe Panorama de la Educación 2014 dice que
México invierte mucho en educación (6.2% del PIB en 2011, frente al 6.1% del
promedio) pero ello no se refleja en una mejoría de la calidad educativa. El
uso inadecuado de recursos termina devorando los esfuerzos por mejorar la
educación, lo que a su vez se nota en aspectos económicos sensibles como la
pobreza, la desigualdad, la falta de innovación y el mentado crecimiento
económico que tanto se requiere.
Sin
embargo, lo curioso es que haya una cantidad interminable de diagnósticos,
estudios, advertencias, recomendaciones y recetas, pero los números de la
pobreza prácticamente no se hayan movido: siguen afectando a cerca de la mitad
de la población mexicana. Y en el mismo sentido, el crecimiento económico sigue
siendo insuficiente y altamente inequitativo, pues se concentra en pocas manos
y no llega a los más necesitados.
Hay
que sentar una postura clara: sin mejorar la educación, sin mejorar la
producción en ciencia y tecnología, y sin tener recursos humanos competentes
que puedan hacerle frente a las cambiantes necesidades de un mundo globalizado,
los resultados económicos seguirán siendo mediocres. Difícilmente pueda
pensarse en disminuir la pobreza o minimizar la desigualdad si no atacamos el
problema educativo que limita la economía. Debemos exigir soluciones de fondo a
largo plazo y no dejarnos impresionar por parches o indicadores macroeconómicos
coyunturales. Los anuncios de empleo o inversiones pueden generar sensación de
bonanza, pero esto es efímero y no resuelve cuestiones de fondo. No son los
indicadores macroeconómicos ni los números ocasionales, es la calidad educativa
la que urge.
Publicado en el diario Milenio Jalisco, en el espacio "Economía Empática". Ver original aquí:
No hay comentarios:
Publicar un comentario