Al inaugurar el viernes 5 la sesión anual de la Asamblea Nacional Popular (ANP, Parlamento), el primer ministro chino, Weng Jiabao, fue poco autocomplaciente con los conocidos logros en crecimiento económico de la República Popular China, que ya está a punto de convertirse en la segunda potencia detrás de EE.UU.. Habló de un cambio “urgente” en el enfoque económico, en fortalecer el desarrollo de la agricultura y tocó un aspecto sensible: la pobreza y la desigualdad social.
La diferencia de ingresos se incrementó el año pasado entre el campo y la ciudad. Los habitantes de las urbes ganaron en promedio 3,3 veces más que los de las zonas rurales. Esa diferencia era de sólo 1,82 en 1983. (El Mercurio, Santiago de Chile, 6 de marzo de 2010).
Para la mayoría de los 1.300 millones de habitantes de China, su crecimiento económico de las tres últimas décadas es todavía una promesa. Jean-Francois Huchet es un experto francés en China, vive en Hong Kong, dirige la revista China Perspectives y el Centro francés sobre la China contemporánea. Afirma lo siguiente: “En veinte años China se convirtió en uno de los países menos igualitarios del planeta. Hay una nueva pauperización urbana en China de la cual sufren los cientos de millones de migrantes que llegan del campo a la ciudad” y también los despedidos de las empresas estatales.
No sólo eso, Huchet dice que sólo unos 150 millones pertenecen a la clase media y que para la mayoría de la población el consumo se limita a comida, ropa y en algunos casos, celulares. (El dragón y sus debilidades. En Revista Ñ, Clarin, Buenos Aires, 14 de julio del 2007. P. 14).
Estos son los números que muestran el otro rostro del llamado milagro chino. La periodista Inés Capdevila informa que 1 de cada 10 trabajadores chinos de las ciudades está desempleado y que los 700 millones que viven en el sector rural apenas acceden en conjunto al 11% de la riqueza generada por el gigante asiático. (El poder del desempleo, La Nación, Buenos Aires, 24 de enero de 2010, p. 5)
Estos son los datos que explican la preocupación de la cúpula china. La ANP, que se reunirá durante una semana, con 3.000 delegados, todos encuadrados dentro del Partido Comunista, no es precisamente un órgano de gran influencia, ya que el poder real se concentra en el extremo de la pirámide del partido. Sin embargo, es un sismógrafo para medir los niveles de descontento en el subsuelo de los brillos macroeconómicos. Pese a los férreos controles, de seguir esta tendencia se temen disturbios, protestas y tensiones. China no es sino la repetición de un libreto conocido: crecimiento económico por sí solo no es igual a desarrollo y equidad.
Carlos Martini
Sociólogo. Periodista. Docente.
Fuente: Paraguay.com. Ver original aquí
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