Por Héctor Farina Ojeda (*)
La característica de ser un país cansino, que
se mueve con la pesadez propia de la burocracia y la despreocupación de sus
dirigentes hacia el futuro, hace que ante la aceleración de un mundo globalizado
parezca que se llega tarde a cada una de las oportunidades que se presentan. No
es novedad que Paraguay se encuentra muy lejos de la vanguardia en
investigación, ciencia, tecnología, educación o competitividad. Pero resulta
notable que siempre se posterguen soluciones, se demoren iniciativas o se
empantanen proyectos que podrían ayudar a dar pasos hacia el desarrollo.
Como si no fuera una urgencia para mejorar la
calidad de vida de la gente, el tema de la educación sigue siendo una discusión
cada vez más lejana a las acciones. Mientras los países más desarrollados están
en una carrera por lograr la vanguardia educativa, en Paraguay se suceden las
huelgas docentes, los reclamos desatendidos y la inconformidad que no logra
convertirse en medidas de cambio. Parece que para los gobernantes se puede
seguir postergando la imperiosa necesidad de lograr una educación de calidad,
en la creencia de que el descontento y el enojo son efímeros y pueden ser
contenidos.
La reacción lenta, cómplice y hasta cínica se
nota en contrastes increíbles que no pueden explicarse más que de manera
irracional. Como cuando vemos un sistema de transporte público obsoleto,
colapsado y arruinado que, en lugar de ser reemplazado de inmediato, recibe
subsidios en lugar de sanciones. Y cuando la ciudadanía pide a gritos la
solución del problema del transporte, el ostracismo se roba las respuestas:
pese a tener los recursos, el proyecto y ante la urgencia, hay incapacidad de
iniciar las obras del metrobús. En el mundo de la parsimonia y la desidia, se
subsidia a los incapaces, se mantiene lo obsoleto, se postergan las soluciones
y se castiga a la gente. Todo lo contrario de lo que debería ser en un país
serio.
Más allá de las buenas intenciones, tenemos un
Estado que devora todas las iniciativas de innovación, los buenos proyectos y
las propuestas para salir del estancamiento. Cuando las ideas llegan a las
entrañas del Estado y se requiere de una gestión eficiente, todo se vuelve
lento, se pierden las urgencias, se demoran soluciones y como resultado se
tiene un desgaste costoso e improductivo. Lo pueden ver en las empresas
estatales, en la postergación interminable de necesidades como el boleto
estudiantil o en las discusiones estériles que se dan en el Congreso, en donde
voces procaces y desprovistas de probidad desvirtúan cada iniciativa y la
convierten en motivo de desconfianza.
Si algo nos debe quedar claro es que en una época
en la que las economías dependen en gran medida de la innovación y de la
capacidad de ajustarse a los requerimientos de los tiempos, no podemos seguir
con el paso cansino y la vista despreocupada. Con huelgas en las calles, con
ausencia de respuestas a los reclamos, con soluciones trabadas y con ideas de
aplicación postergada no se puede pensar en que el país deje de ser un
referente del atraso y la falta de desarrollo. Hay que romper esa costumbre de
dilatarlo todo y de jugar esperando que el rival se canse. Para tiempos
acelerados, necesitamos innovación, soluciones rápidas y planificación
estratégica para adelantarnos. Algo de eso deberían saber nuestros
gobernantes.
(*) Periodista y profesor universitario. Doctor
en Ciencias Sociales.
Desde Guadalajara, Jalisco, México.